Es curioso cómo en pleno siglo XXI la gente es propensa a
creer en todo aquello cubierto por un falso velo de ciencia. Es lo que se
denomina pseudociencia. En ella podemos englobar cosas tan diversas como la
astrología, abducciones o numerosas teorías conspiratorias.
El proceso científico es un proceso lento y tedioso en el
que los resultados tienen que estar avalados, ser reproducibles y lo que es más
importante si cabe: que sean susceptibles de ser refutados. No sé si será culpa
del sistema educativo, de los medios de comunicación o de nuestra incapacidad y
comodidad para darnos cuenta de la dificultad y esfuerzo que entraña el método
científico. Pero para mí, los científicos son los verdaderos héroes del mundo
en el que vivimos. Capaces de errar en sus razonamientos y no aferrarse a ellos
por orgullo, comenzando una y otra vez hasta dar con una hipótesis valida.
Abiertos a cualquier nueva idea, aunque choque frontalmente con su trabajo y
capaces de encajar las críticas hacia los resultados del mismo. Todo ello exige
una gran dedicación y esfuerzo que muchas veces no se transmite al gran
público. Sus descubrimientos son comunicados con premura, pero no se ahonda en cómo
se han conseguido esos avances que en muchos casos salvan vidas, dando una falsa
sensación de facilidad e inmediatez.
Características que por otro lado sí posee la pseudociencia.
Uno de los ejemplos más extendidos hoy en día es la creación de la especie
humana por extraterrestres. Dejando de lado las grandes posibilidades literarias
de la idea, desde el punto de vista científico resulta absurda. Da una
respuesta fácil a todos aquellos que no quieren embarcarse en el estudio de la
teoría de la evolución y aluden entre otras cosas a la cantidad de
coincidencias que deberían darse para la creación de la vida en la tierra de
forma espontánea. Les supone un gran esfuerzo pararse a pensar en el elevado
número de posibilidades existentes debido a la infinidad del universo entre
otras cosas. Como este ejemplo podría enumerar otros que se pueden leer día
tras día en la prensa. Ritos de curación, satánicos, amorosos, en busca de la
riqueza… Sinceramente, no puedo llegar a comprender cómo hoy en día una madre
prefiere implorar a su dios a llevar a su hijo al médico. A fin de cuentas,
unos comportamientos más dignos de la edad media que de la época en la que
vivimos.
Tras afrontar este tema a grandes rasgos, comprenderéis la
necesidad que suponía para mí dotar los hechos fantásticos que aborda la novela
de cierta base científica, de forma que generen la sensación al lector de que
algún día podrían ser realizables. Convertí en mi mantra particular una de las
tres leyes de Arthur C. Clarke: Toda
tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia. Entonces
comencé a moverme entre dos aguas, la ciencia y la pseudociencia, rebasando sus
fronteras en más de una ocasión. Finalmente creo que el resultado ha sido
satisfactorio y que mi trabajo conseguirá dar alas a la imaginación del lector.
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