Jennifer se
encontraba en su despacho discutiendo con su compañero sobre uno de los casos
que traía de cabeza a la sección de homicidios. En ese momento un oficial llamó
a la puerta y asomó la cabeza por ella.
—Disculpen por
la interrupción, pero la señorita relacionada con el caso de suicidio de esta
noche está aquí.
—¡Qué hace que
no está ya delante de mí! —gritó. La cara que puso el oficial hizo que se
percatara de que había sido un tanto descortés y se disculpó—: Lo siento, Ken,
nos ha pillado en un mal momento.
—No se
preocupe —dijo con una sonrisa nerviosa el oficial—. Ahora la hago pasar.
Lejos de
sorprenderse por la fría contestación inicial de la inspectora, el oficial se
sentía más bien turbado. Cerró la puerta y se fue encantado de que la guapa
inspectora hubiera tenido el detalle de disculparse con él. Jennifer, a pesar
de haber superado la barrera de los cuarenta años, era una mujer soltera muy
atractiva, unas veces morena, otras castaña, que no hacía nada por ocultar su
feminidad en un mundo de hombres. Solía contestar utilizando la ironía, como si
de un universitario siempre pensando en sexo se tratara. Además, su forma de
vestir con falda y tacón alto unido a su fuerte carácter hizo que se granjeara
fama de femme fatale en la comisaría.
—¿Inspectora
Jennifer? —preguntó con un tono neutro al entrar en la oficina.
—Buenos días. Es
usted la ayudante del forense, ¿verdad?
—Sí —quería
ser cauta y no hablar más de la cuenta.
—Este es el
subinspector Anthony. Siéntese por favor —le pidió la inspectora educadamente.
—¿Y bien? —preguntó
nerviosa, pues no podía evitar sentir cómo la mirada de Jennifer se clavaba en
sus ojos. No terminaba de acostumbrarse a esa extraña sensación cada vez que
una persona los veía por primera vez. Era como si se tomaran la libertad de
descorrer una cortina y echar una ojeada en lo más profundo de su ser.
—Supongo que Pol
ya le habrá enseñado el cadáver —le dijo Jennifer contrariada.
—Vengo de allí;
pero verá, Jennifer —remarcó el nombre—, no sé en qué puedo ayudarla. Es la
primera vez que veo a ese tipo.
—No se anda
con rodeos —dijo Anthony dirigiéndole una mirada inquisitiva—. Verá, señorita,
tenemos un caso aparentemente fácil entre manos. Su padre nos ha dicho que es
un caso de suicidio.
—Estoy de
acuerdo —afirmó la forense fríamente respaldando las conclusiones de Pol.
—Pero la
escena del crimen dice lo contrario.
El hombre optó
por un tono un tanto teatral.
—¿Crimen? —preguntó
con fingida sorpresa mientras volvía la vista hacia la inspectora. Tal y como
le había comentado a Pol tras ver el cuerpo, algo le decía que no se trataba del
típico suicidio.
—Eso indican
las pruebas —afirmó Jennifer—. Hemos interrogado al recepcionista de la
pensión. El fallecido entró corriendo, pidió apresuradamente las llaves de la
habitación y no esperó ni por el ascensor. A menos que tuviera prisa por terminar
con su vida, no me parece la típica conducta de un suicida. Esto despertó las
sospechas del recepcionista, que después de llamarle por teléfono y tras
conseguir entrar en la habitación nos avisó.
—No sé por qué
me están contando todo esto. Como les he dicho antes, no conocía a ese tipo —entendía
adónde querían llegar los policías y se desvinculó inmediatamente de la
víctima.
—¿Le dice algo
el nombre de Jacobo Vidal, de nacionalidad española? —preguntó Anthony.
Notó desde el
inicio de la conversación que los policías se turnaban para hablar y así tratar
de desorientarla. Ella negó con la cabeza. Empezaba a
sentirse incómoda. Era lo más parecido a un interrogatorio que había vivido
nunca. Sentía algo en Jennifer que le daba confianza: de hecho ya había oído
hablar bastante bien de ella en el juzgado. Pero ese tal Anthony tenía un
rostro imperturbable, siempre con la misma expresión, lo cual la ponía
nerviosa. Sin duda parecía ocultar algo y eso no le gustaba. Entonces decidió
tomar la iniciativa ante el silencio que se produjo en el despacho, solo roto
por el bullicio del resto de la comisaría.
—¿Podrían
decirme por qué ese tipo llevaba una hoja del listín telefónico con mi nombre
marcado? Si lo conociera, yo misma le habría dado mi teléfono.
—Esa es una de
las razones por las que no hemos descartado el asesinato —dijo Jennifer
ocultando su sorpresa. Supuso que se lo habría dicho su padre—. Ese
hombre se traía algo entre manos, no creo que decidiera suicidarse de un día
para otro. También me gustaría saber qué tiene que ver una forense en todo
esto.
—Le ruego que
si tiene algo que decirme me lo diga ya —le recriminó.
—Está bien,
márchese. Le aconsejo que en los próximos días no salga de la ciudad.
Volveremos a llamarla en cuanto avance la investigación —Jennifer parecía contrariada
por la actitud de la forense.
—Genial —murmuró.
—¿Decía algo, señorita? —preguntó Anthony.
—Me
acaban de joder las vacaciones —recogió el casco y se fue.
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