Por desgracia en los últimos tiempos nos hemos acostumbrado
a observar impávidos, cómo el hombre modifica su entorno para adaptarlo a sus
necesidades, sin tener en cuenta las consecuencias futuras que acarreará.
Pero en muy contadas ocasiones, es precisamente la mano del
hombre la que da lugar a paisajes de incomparable belleza sacados del mejor
cuento de hadas. Me gustaría que la historia que os voy a contar fuera una
historia romántica, o de loables caballeros ensalzando valores como la justicia
y la lealtad. La realidad es bien diferente. La avaricia y el sometimiento son
los protagonistas de este cuento.
Varios siglos atrás, cuando los romanos campaban a sus
anchas por estas tierras, se toparon con gentes que bateaban las aguas de los
ríos en busca de un metal que tiene por sí solo la capacidad de sostener
imperios y derrocarlos: el oro. La mayor explotación minera romana a cielo
abierto acababa de nacer, Las Médulas.
Todavía a día de hoy queda mucho oro en esa zona de El
Bierzo. Me resulta curioso escuchar muy de vez en cuando a algún iluminado que propone recuperar la
extracción de oro, más ahora en época de vacas flacas. Ya dejando de lado que
Las Médulas son patrimonio de la humanidad desde el año 1997, semejante empresa
no sería rentable a día de hoy… ni hace más de dos mil años. Solo hace falta
visitar el mirador de Orellán y hacer uso de la imaginación para completar las
faldas de las montañas arrancadas a voraces mordiscos de las entrañas de la
tierra, y percatarse de la faraónica obra de ingeniería necesaria para extraer
el oro de sus tierras cobrizas. Entonces, ¿cómo consiguieron rentabilizar los
romanos la mina?
Ante esta pregunta a muchos se le vendrá a la cabeza una
mano de obra barata muy extendida por el imperio: los esclavos. La técnica de
extracción es conocida como ruina montium.
Acumulaban agua traída para tal menester desde el Teleno a varios kilómetros de
distancia a través de una red de canales construida ex profeso para ello. Tras
tallar en la tierra arcillosa una galería, descargaban de golpe el agua con
efectos catastróficos. La avalancha de agua desmoronaba parte de la montaña y a
sus pies se llevaba a cabo el proceso de lavado. De hecho, el lago de Carucedo,
se dice que es en realidad el resultado
de las cantidades ingentes de agua que se utilizaron.
Todo este proceso para extraer de dos a tres gramos de oro
por tonelada de tierra, vamos, una ruina. Obviamente, sólo el coste de
mantener a los esclavos hubiera evaporado las ganancias. Además, en esa época
de menos conquistas había menos esclavos. La solución fue permitir que los
pueblos conquistados pudieran pagar sus tributos con mano de obra gratuita.
Fueron los astures, habitantes por aquel entonces de estas tierras, los que
llevaron a cabo la explotación durante dos siglos modelando de este modo el
paisaje para la posteridad.
Cuando se abrió el debate para declarar Las Médulas
patrimonio de la humanidad, varios países se pusieron en contra alegando que no
se podía hacer tal concesión con un paraje que reflejaba de primera mano el mal
que el hombre le puede causar a la naturaleza. Estoy completamente de acuerdo, pero supongo
que un paseo por sus idílicos caminos, rodeados de robles y castaños en algunos
casos centenarios, terminaron por convencer al resto. A fin de cuentas, se puede tomar también como ejemplo de que la
naturaleza, por muchas trabas que le pongamos, termina abriéndose paso de forma
irremediable.
No en vano, este embriagador paisaje ha sido capaz de
cautivar a autores de la talla de Matilde Asensi, que en su novela Iacobus, no dudó en ocultar la mismísima
Arca de la Alianza en su entramado de galerías subterráneas. En mi caso y a
pesar de no formar parte de la trama, no pude dejar pasar la oportunidad de
hacer referencia a este paraje en Amanece
sobre Londres. De todas formas, si con su lectura consigo que un día os
echéis la mochila al hombro y pongáis rumbo a la comarca de El Bierzo, espero
que marquéis en el libro de ruta Las Médulas como uno de lugares indispensables
a visitar. A buen seguro, vuestros sentidos os lo agradecerán.