Uno de los grandes retos a los que se enfrenta un escritor
(si solo el mero hecho de escribir una novela te convierte en uno) es la
recogida de datos para comenzar a modelar aquello que finalmente termina
convirtiéndose en tu obsesión. Tu libro. Si a ello le unimos un género
fantástico e histórico la cosa se va complicando poco a poco hasta límites
insospechados.
Creo que los psicólogos denominan fluir a un estado de concentración plena en el que te encuentras
tan absorto en lo que haces que desconectas del mundo exterior. Todos alguna
vez lo hemos experimentado ya sea en la vida personal o en el mundo profesional.
Controlamos tanto la materia sobre la que estamos trabajando que prestamos toda
nuestra atención al desarrollo de la labor. Para aquellos que estudian o
trabajan con música, es el momento en el que entras en trance y dejas de
escucharla, dando la sensación de que actúas de forma automática. En el caso de
un escritor, bajo mi humilde opinión, alcanzar este grado de control de la
información requiere horas y horas de estudio y preparación sobre los diversos
temas que deseas escribir, dejando a un lado la trama cuya gestación depende
únicamente del proceso creativo de cada uno. Por ejemplo, si escribimos un
diario, toda la información ya está disponible en nuestra cabeza de modo que
esta fluye sin barreras a la hoja de
papel. Si por el contrario escribimos sobre física cuántica y no estamos
mínimamente versados en el tema, las interrupciones serán constantes en forma
de consultas a terceros, poniendo de este modo cortapisas a la creatividad y en
consecuencia evitando concentrarte en la narración.
En el caso de Amanece sobre Londres, este proceso se demoró
tres años y me ha enseñado a valorar el trabajo de otros autores más si cabe. A
grandes rasgos, la trama estaba decidida desde
el minuto cero en que la chispa creativa hizo detonar la historia en mi
cabeza, pero fue la preparación lo que dificultó su reflejo en el papel. El
proceso de documentación histórica es largo y tedioso, pero abordable a fin de cuentas
con paciencia. Solo necesitas más o menos tiempo para visitar aquellos lugares
de interés para tu novela, leer mucho o entrevistarte con aquellas personas que
estén prestas a ayudarte. Todo claro está, dentro de tus posibilidades
económicas y disponibilidad de tiempo. Obviamente no tuve ningún tipo de
problema con los emplazamientos en El Bierzo, pero por ejemplo para visitar
Londres aproveché mi luna de miel. Otros como la Capadocia, tuve que tirar de
documentación e imaginación. Es decir, más y más trabajo. Las montañas de papel
comenzaron a acumularse en mi escritorio…
A pesar de todo resulta un trabajo gratificante. El solo
hecho de imaginarme cómo serían los lugares en el siglo IV y pasear mentalmente
por ellos, fue todo un placer no comparable al esfuerzo que me supuso buscar
cierta base científica a los hechos fantásticos que se describen en la novela,
sin caer en lo que los expertos denominan pseudociencia. Pero este tema lo
abordaré en otra entrada para no extenderme más.
Espero poco a poco ir desgranando los entresijos de Amanece
sobre Londres e ir satisfaciendo vuestra curiosidad de cara a su próxima
publicación.
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