Un blog para presentaros mi primera novela y compartir mis opiniones, experiencias e inquietudes con vosotros. Amanece sobre Londres relata dos historias paralelas en el tiempo, una en el siglo IV y otra en la actualidad contra un mismo enemigo: Luzbel. El destino de sus personajes se decidirá antes de la salida del sol, tras una frenética carrera a través de las calles de la capital británica.

 

lunes, 11 de agosto de 2014

El conocimiento de los antiguos

Durante la documentación para la novela, dos preguntas surgieron en mi cabeza. ¿Somos la sociedad más avanzada que jamás haya existido? ¿Es así o un velo de egoísmo cubre nuestra percepción? Estas dos, aparentemente fáciles preguntas de rápida respuesta, podrían esconder más de lo que en un primer momento se podría llegar a pensar. No es ningún nuevo descubrimiento el orgullo humano, quizás nuestro mayor talón de Aquiles, que nos obliga a cegarnos con nuestras creencias y maniatarnos con nuestros prejuicios. Al hombre no le gusta el cambio a pesar de ser algo inherente a nuestra condición humana. Sin duda es un hecho que le ha llevado a cometer innumerables errores a lo largo de la historia. La religión, y haciendo alusión a ella no quiero decir que sea uno de ellos, es más, considero que el hombre necesita de ese acervo espiritual para sobrevivir. Llámenlo religión, ciencia o creencia. Como decía la cuestión es que en la sociedad actual el cristianismo y sus diferentes ramas, han ahondado tanto en el subconsciente colectivo, que para el común de los occidentales la historia solo remonta dos mil años en el tiempo, para los más eruditos, se podría ampliar en una ventana que va de los tres a cuatro mil años de antigüedad. ¿Pero ese dogma preestablecido significa que no existió ninguna otra civilización anterior? Rotundamente no. Bajo mi humilde punto de vista existieron dos cataclismos en la historia de las sociedades recientes. El primero de ellos fue la quema de la biblioteca de Alejandría y el segundo la Edad Media, ese periodo oscuro en el que la sociedad permaneció sumida durante varios siglos.
Sin duda el más relevante fue el primero de ellos. Casi un millón de pergaminos se perdieron en el incendio. Es inevitable preguntarnos por todo el conocimiento que allí confinado quedó sumido en cenizas. Nunca sabremos qué contenía, pero una cosa me queda clara a medida que indago y adquiero la experiencia que me da el paso de los años. Los antiguos tenían algún tipo de conocimiento desconocido para nosotros a día de hoy. No hablo de pseudociencia o metafísica, sino del uso de su capacidad mental. De algún modo eran capaces de descubrimientos que se perdieron o eliminamos con el devenir de los siglos y que de algún modo no se nos han vuelto a revelar hasta la llegada del Renacimiento.

En una sociedad avanzada como la que vivimos, en ciertos sectores se ha dejado de lado el valor del esfuerzo para dárnoslo todo prefabricado. Hay personas que se abandonan a conseguir ingresos a fin de mes para obtener recompensas banales, dejando de lado su espíritu. Y este necesita ser calmado de alguna manera, ya sea con religión o conocimiento. Dos cosas en principio contradictorias pero que pueden ir de la mano, puesto que a fin de cuentas la palabra espíritu procede del latín spirare, respirar, y lo que respiramos es aire, materia. El campo de la ciencia. Entonces me pregunto si ese cultivo del espíritu de los antiguos les llevó a alcanzar descubrimientos que sin la tecnología actual nos podrían parecer inconcebibles. Como narro en Amanece sobre Londres, Eratóstenes dio una medida muy aproximada del diámetro de la tierra… en el S.III a.C. Es curioso que en lugar de utilizar nuestra capacidad intelectual con los medios de los que disponemos hoy en día, sea un recurso habitual en pleno S. XXI aferrarse a lo esotérico y aludir a teorías de la conspiración, en algunos casos esperpénticas, como pueden ser las teorías creacionistas extraterrestres. La razón: es más fácil y rápido que buscar una respuesta científica.
La conclusión que extraigo de esto es que nuestros antecesores disponían de dos virtudes defenestradas hoy en día. El esfuerzo y la paciencia. El primero siendo conscientes de la dificultad para alcanzar sus metas, el segundo para andar el camino que lleva a ellas y asumir el éxito o el fracaso de sus disertaciones. Gran culpa de la pérdida de estos valores lo tiene la educación actual.

Considero que a los niños deberíamos enseñarles que la tierra es plana. ¿Qué cara pondrían al ver por primera vez un globo terráqueo? Más que la sorpresa, lo que me interesaría es que, por primera vez, comenzarían a razonar, cuestionar y buscar una explicación a lo que ven, dejando de ser sus cerebros meros contenedores de información. Al parecer, el objetivo del sistema educativo actual.

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