Un blog para presentaros mi primera novela y compartir mis opiniones, experiencias e inquietudes con vosotros. Amanece sobre Londres relata dos historias paralelas en el tiempo, una en el siglo IV y otra en la actualidad contra un mismo enemigo: Luzbel. El destino de sus personajes se decidirá antes de la salida del sol, tras una frenética carrera a través de las calles de la capital británica.

 

sábado, 30 de agosto de 2014

El demín de Paraxís

Existe en El Bierzo una pequeña ermita que alberga una talla singular. Además de toda la parafernalia propia de una iglesia, contiene una pequeña figura que hace estremecer cuando la observas detenidamente.
Apartado de la civilización y ya en la frontera con Galicia, el camino que lleva al pueblo de Paraxís te puede poner de los nervios.  Si no estás acostumbrado a las carreteras de la zona, su estrechez y los altos desfiladeros por la que transcurre, te aconsejo que no mires por la ventanilla para evitar una terrible sensación de vértigo. Vértigo solo compensado con el esplendor de su paisaje ya que el  camino asciende por una carretera rodeada de frondosa vegetación, sobretodo castaños, y unas vistas sin igual.
Justo al llegar al desvío hacia el pueblo, nuestros sentidos se pondrán a prueba una última vez. La sensación de precipitarte al vacío hará que sujetes con fuerza el volante, y una vez salvado este escollo, comprobarás cómo la carretera se estrecha aún más precipitándose en un pronunciado descenso en el que te encomendarás a todos los santos para no encontrarte con otro vehículo en sentido contrario.
Es recomendable estacionar a la entrada del pueblo y dar un pequeño  paseo hasta la ermita. Así se podrá disfrutar de la arquitectura típica de la zona, del paisaje con sus castaños centenarios, y tener la oportunidad de encontrarte con algún vecino que te pueda abrir la ermita o contarte alguna de las leyendas sobre o demo. Hasta hace poco, se podía observar la talla desde el exterior, pero ahora con la nueva reforma no es posible. Con lo cual si no conseguimos que nos abran el viaje habrá sido en balde salvo por el disfrute de la naturaleza que nos rodea.
Por el contrario, si conseguimos entrar, nos encontraremos con un altar presidido por el Ángel de la Guarda (curioso que la ermita esté consagrado a él) y a su derecha una pequeña talla negra, de orejas puntiagudas y guadaña en mano; sus alas rotas nos dejan entrever su ajetreado pasado. Leyendas como la de tres hombres que cegados por el alcohol, lo sacaron en procesión y tras un raro incidente con la talla, murieron en los meses sucesivos en extrañas circunstancias. Por eso cuando miras fijamente a la talla, puedes atisbar una pequeña sonrisa burlona que te hace desear con cada una de las células de tu cuerpo abandonar el lugar.
Tal y como voy desgranando poco a poco, se puede entrever que la comarca de El Bierzo es un lugar prolífico en leyendas y tradiciones, caldo de cultivo para que alguien lo suficientemente trastornado y enamorado de su tierra, le dé por escribir una novela para aunarlas en una trama fantástica como es Amanece sobre Londres.





miércoles, 27 de agosto de 2014

Avance del primer capítulo (part.6)

Jennifer se encontraba en su despacho discutiendo con su compañero sobre uno de los casos que traía de cabeza a la sección de homicidios. En ese momento un oficial llamó a la puerta y asomó la cabeza por ella.
—Disculpen por la interrupción, pero la señorita relacionada con el caso de suicidio de esta noche está aquí.
—¡Qué hace que no está ya delante de mí! —gritó. La cara que puso el oficial hizo que se percatara de que había sido un tanto descortés y se disculpó—: Lo siento, Ken, nos ha pillado en un mal momento.
—No se preocupe —dijo con una sonrisa nerviosa el oficial—. Ahora la hago pasar.
Lejos de sorprenderse por la fría contestación inicial de la inspectora, el oficial se sentía más bien turbado. Cerró la puerta y se fue encantado de que la guapa inspectora hubiera tenido el detalle de disculparse con él. Jennifer, a pesar de haber superado la barrera de los cuarenta años, era una mujer soltera muy atractiva, unas veces morena, otras castaña, que no hacía nada por ocultar su feminidad en un mundo de hombres. Solía contestar utilizando la ironía, como si de un universitario siempre pensando en sexo se tratara. Además, su forma de vestir con falda y tacón alto unido a su fuerte carácter hizo que se granjeara fama de femme fatale en la comisaría.
—¿Inspectora Jennifer? —preguntó con un tono neutro al entrar en la oficina.
—Buenos días. Es usted la ayudante del forense, ¿verdad?
—Sí —quería ser cauta y no hablar más de la cuenta.
—Este es el subinspector Anthony. Siéntese por favor —le pidió la inspectora educadamente.
—¿Y bien? —preguntó nerviosa, pues no podía evitar sentir cómo la mirada de Jennifer se clavaba en sus ojos. No terminaba de acostumbrarse a esa extraña sensación cada vez que una persona los veía por primera vez. Era como si se tomaran la libertad de descorrer una cortina y echar una ojeada en lo más profundo de su ser.
—Supongo que Pol ya le habrá enseñado el cadáver —le dijo Jennifer contrariada.
—Vengo de allí; pero verá, Jennifer —remarcó el nombre—, no sé en qué puedo ayudarla. Es la primera vez que veo a ese tipo.
—No se anda con rodeos —dijo Anthony dirigiéndole una mirada inquisitiva—. Verá, señorita, tenemos un caso aparentemente fácil entre manos. Su padre nos ha dicho que es un caso de suicidio.
—Estoy de acuerdo —afirmó la forense fríamente respaldando las conclusiones de Pol.
—Pero la escena del crimen dice lo contrario.
El hombre optó por un tono un tanto teatral.
—¿Crimen? —preguntó con fingida sorpresa mientras volvía la vista hacia la inspectora. Tal y como le había comentado a Pol tras ver el cuerpo, algo le decía que no se trataba del típico suicidio.
—Eso indican las pruebas —afirmó Jennifer—. Hemos interrogado al recepcionista de la pensión. El fallecido entró corriendo, pidió apresuradamente las llaves de la habitación y no esperó ni por el ascensor. A menos que tuviera prisa por terminar con su vida, no me parece la típica conducta de un suicida. Esto despertó las sospechas del recepcionista, que después de llamarle por teléfono y tras conseguir entrar en la habitación nos avisó.
—No sé por qué me están contando todo esto. Como les he dicho antes, no conocía a ese tipo —entendía adónde querían llegar los policías y se desvinculó inmediatamente de la víctima.
—¿Le dice algo el nombre de Jacobo Vidal, de nacionalidad española? —preguntó Anthony.
Notó desde el inicio de la conversación que los policías se turnaban para hablar y así tratar de desorientarla. Ella negó con la cabeza. Empezaba a sentirse incómoda. Era lo más parecido a un interrogatorio que había vivido nunca. Sentía algo en Jennifer que le daba confianza: de hecho ya había oído hablar bastante bien de ella en el juzgado. Pero ese tal Anthony tenía un rostro imperturbable, siempre con la misma expresión, lo cual la ponía nerviosa. Sin duda parecía ocultar algo y eso no le gustaba. Entonces decidió tomar la iniciativa ante el silencio que se produjo en el despacho, solo roto por el bullicio del resto de la comisaría.
—¿Podrían decirme por qué ese tipo llevaba una hoja del listín telefónico con mi nombre marcado? Si lo conociera, yo misma le habría dado mi teléfono.
—Esa es una de las razones por las que no hemos descartado el asesinato —dijo Jennifer ocultando su sorpresa. Supuso que se lo habría dicho su padre—. Ese hombre se traía algo entre manos, no creo que decidiera suicidarse de un día para otro. También me gustaría saber qué tiene que ver una forense en todo esto.
—Le ruego que si tiene algo que decirme me lo diga ya —le recriminó.
—Está bien, márchese. Le aconsejo que en los próximos días no salga de la ciudad. Volveremos a llamarla en cuanto avance la investigación —Jennifer parecía contrariada por la actitud de la forense.
—Genial —murmuró.
—¿Decía algo, señorita? —preguntó Anthony.

Me acaban de joder las vacaciones —recogió el casco y se fue.

martes, 26 de agosto de 2014

Tradición en Villafranca del Bierzo.

A Festa dos Maios es quizás una de las pocas tradiciones paganas que sobreviven en la comarca de El Bierzo y que también forma parte de mi primera novela Amanece sobre Londres. Es una festividad que hunde sus raíces en los ritos de fertilidad que se practicaban en numerosos lugares durante el equinoccio de primavera. La fecha ha ido cambiando con el paso de los años, pero básicamente el ritual ha perdurado intacto.
Se trata de celebrar la llegada de la primavera mediante un ritual de petición a los espíritus vegetales, para que favorezcan la fertilidad del lugar. Ese día, temprano, los mozos de la villa se dirigen al bosque a cortar las ramas de cañaveiras para vestir al Mayo; que es el nombre que reciben los niños que son cubiertos con ellas. A las doce en punto del mediodía desfilan desde varios puntos de la villa, formando maiadas, hasta encontrarse en la plaza. Durante el trayecto los tumban y los levantan como metáfora de la llegada a su fin del invierno y el renacer de la primavera. Mientras desfilan, entonan una canción a las mujeres de los balcones y dependiendo de si hay recompensa o no, por lo general castañas o nueces, cantan una estrofa u otra.


Marzo airoso abril chuvisnoso, sacan o maio florido y hermoso…
Entra maio con sus flores, sale abril con sus amores…
Tire castañas señora María, tire castañas que ten na cociña…
Esta casa é de losa, onde vive unha roñosa.

Esta casa é de cristal, onde vive un xeneral.

domingo, 24 de agosto de 2014

El miedo.

Esa sensación que nos estremece y pone todos nuestros sentidos alerta. Vinculado a nuestro subconsciente desde el mismo momento en que surgió la conciencia como mecanismo de defensa. Esa angustia o aprensión que siente el ser humano cada vez que se siente amenazado por un peligro o por otra persona. El miedo puede llegar a anular nuestra facultad de decisión y raciocinio llevándonos a comportamientos de los que nunca nos creeríamos capaces. Intolerancia, egoísmo, violencia, racismo, insolidaridad… Son algunos de los comportamientos que intentamos desterrar de nuestro ideario particular de puertas hacia dentro, pero que desafortunadamente, en la sociedad actual se siguen dando. El miedo también es una efectiva arma política y de marketing. Al final de la entrada os dejaré un fragmento del documental Bowling for Columbine (de obligada visión) donde nada más y nada menos el cantante Marilyn Manson lo explica perfectamente.
En Amanece sobre Londres también se aborda este tema entre otros. La motivación que me ha llevado a escribir hoy sobre el miedo, es la similitud de uno de los pasajes del libro con un tema tan candente y preocupante estos días como es el Ébola.  En un momento determinado se explica el estado de alarma que se generó con la gripe A, cuando la gripe común se cobra un mayor número de víctimas al año. Resultado, miles de vacunas a la basura. Seguro que la farmacéutica encargada de producirlas todavía se está frotando las manos. Un ejemplo de cómo con el miedo, se pueden incrementar las ventas.
¿Es lo que está ocurriendo en España los últimos días una maniobra política? Nada como provocar un estado de alarma en la sociedad para desviar el foco de atención de otros temas más acuciantes de nuestro país, más cuando parece que el desconocimiento sobre su contagio es amplio. Esta sería su vertiente más política y desde luego desconozco si habrá sido esa la intención. Pero lo que resulta curioso es cómo un virus tan mortífero como el Ébola, sigue campando a sus anchas y los países más avanzados no han intentado hacer nada para confinarlo en una sala de aislamiento de algún laboratorio, como puede ser el virus de la Viruela en su día.

De una manera u otra nunca olvidaré cuando mi profesor de biología nos explicó  sus efectos en el instituto. Una sensación de angustia invadió todo mi ser, mi cuerpo se estremeció y un sentimiento primario comenzó a surgir desde lo más profundo de mi ser… El miedo.



viernes, 22 de agosto de 2014

Avance del primer capítulo (part.5)

Esa noche se puso de parto. El destino quiso que fuera la misma noche en que cumplía treinta y tres años cuando naciera también su hijo.
La tormenta había empeorado, una densa capa de nubes cubría el pueblo dándole un aspecto tenebroso con cada relámpago. Una maraña constante de sonidos procedía de todos los rincones del lugar: ramas agitándose, ventanas mal cerradas, plásticos de los invernaderos serpenteando con el viento… Los únicos que permanecían en silencio eran los animales. Incluso la mascota de la familia se había refugiado debajo de una de las camas sin dar un solo ladrido, como era habitual en estas situaciones.
No se oía nada al otro lado de la línea. Por más que Casey lo intentaba mientras sujetaba cariñosamente la mano de Claudia, no recibía respuesta alguna. Claudia no se podía mover, debido a que las contracciones eran continuas y hacían que se retorciera de dolor. Sin pensárselo dos veces, besó la sudorosa mejilla de Claudia y se precipitó escaleras abajo. Se puso el chubasquero y, sumergiéndose en la fuerte tormenta, se fue a buscar al médico del pueblo. El alumbrado de la calle no funcionaba. Se abría paso entre las fuertes rachas de viento y lluvia ayudado por una pequeña linterna. Unos metros antes comenzó a gritar el nombre del médico pidiendo ayuda. Llegó a la puerta y la aporreó hasta que un hombre menudo la abrió con un viejo candil en las manos.
—¿Qué ocurre? —preguntó Tomás entrecerrando los ojos en un intento de reconocer a quien tenía delante.
—¡Rápido, es Claudia, está a punto de dar a luz!
Tomás, acostumbrado a estos menesteres, se calzó las botas que tenía preparadas a la entrada y se echó el abrigo sobre el pijama. Con un fuerte grito llamó a su hija de catorce años para que lo ayudara.
—¡Es en casa de los Evans! ¡Yo voy yendo, es un parto!

Cogió su maletín de urgencias y ambos se adentraron corriendo en la oscuridad de la desagradable noche.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Las siete Vírgenes de El Bierzo

Para la documentación reuní diferentes leyendas que siguen vivas en el imaginario popular como el culebre, las procesiones de ánimas, el cuerno de alicor o quizás la más conocida en El Bierzo: La leyenda de las siete hermanas. No se trata de una leyenda exclusiva de esta comarca y la verdad es que es compartida con otros lugares adaptándola cada cual a sus costumbres, pero en mi caso sirvió de inspiración para la llegada de Donato a nuestras tierras acompañado de sus hijas.  Os dejo con ella para vuestro disfrute.


     Cuentan los lugareños la leyenda que en tiempos a los que ya casi no se remonta la memoria, siete hermanas se dirigían a Santiago en peregrinaje. Al pasar por los Montes Aquilanos se sentían tan cansadas que decidieron sentarse en una fuente a descasar y refrescar los pies a la más pequeña, que debido a su edad sufría acusadamente los rigores del camino.
     Mientras la mayor atendía a la pequeña, el resto de las hermanas, hartas de las llanuras que dejaban tras de sí, decidieron ir a echar una ojeada a los impresionantes parajes que las rodeaban. Altas montañas y verdes campos deleitaban su vista. Llevadas por la emoción se tiraron colina abajo rodando, danzando y cantando, mas cuando se quisieron dar cuenta se hallaban perdidas sin poder verse entre sí.
     Cuando la hermana mayor, que las guiaba por el camino, se percató de la desaparición de sus hermanas era ya demasiado tarde. Gritó sus nombres, y al recibir solamente por respuesta el eco de su voz decidió ir en busca de las otras. Pidió a la pequeña que esperará en la fuente para poder avanzar más rápido. Tras varias horas sin éxito, decidió volver a recogerla.
     Cuál fue su sorpresa cuando regresó y encontró la fuente solitaria. Fruto de la desesperación corrió colina abajo hasta toparse con un pastor que cuidaba de su rebaño. Entre lágrimas le contó lo sucedido y este le recomendó subir a la montaña más alta de lugar para intentar divisar a su hermanas.
     Una vez en la cima intentó una y otra vez encontrarlas sin resultado. Presa del pánico se arrodilló entre sollozos y rogó a Dios que le permitiera verlas para reunirlas de nuevo. Sus plegarias fueron escuchadas y pudo verlas una por una pero sin que el resto pudieran verse entre ellas.
     La pequeña estaba peinándose tranquilamente en un lugar llamado Valdescallos. Se había escondido tras la fuente pensando que sus hermanas la habían dejado atrás por no poder seguir el ritmo del resto. La segunda estaba subida en una peña desde donde observaba todo el valle. La tercera al pie de un río llamado Valdeprado. La cuarta en un lugar que respondía al nombre de Fombasallá. La quinta a las orillas del rio Cúa, al pie del castro Bergidum. La sexta se encontraba en el centro del valle encaramada a lo alto de una encina intentando buscar al resto de sus hermanas.
     La hermana que hacía de guía las llamó, pero estas respondieron que preferían quedarse rodeadas de tan bellos paisajes hasta que Dios quisiera dar testimonio de fe a los hombres y mujeres del lugar. El señor les concedió su deseo dejándolas en el lugar en el que se encontraban, para que quien diera con ellas les levantara una ermita y un altar.

     La Virgen de la Guiana, la guía, fue encontrada por unos campesinos de Ferradillo en lo alto del pico que lleva su nombre, la bajaron al monasterio de San Pedro de Montes y le hicieron una ermita que se caía nada más finalizarla. El abad del monasterio entendió que la virgen quería descansar en lo alto de la montaña y levantaron allí la ermita.
     La Virgen de los Escallos apareció en la fuente que le da nombre. En ese mismo lugar le hicieron una ermita, pero antes de finalizarla también se venía abajo. Los habitantes del lugar pensaron que era debido a que se veía desde La Guiana y la Virgen no quería ser vista por ninguna otra de sus hermanas. Le levantaron otra más oculta y que pasara desapercibida. A esta Virgen se la conoce por su humildad y no gusta de romerías.
     A la Virgen de la Peña la hallaron unos pastores en lo alto de una peña. Exultantes de alegría, la bajaron a Congosto, donde lo vecinos la colocaron en el principal altar de la iglesia del pueblo. A la mañana siguiente cuando se corrió la voz del hallazgo, decenas de personas se agolpaban en la puerta de la iglesia para verla, pero cuando abrieron la puerta había desaparecido. Al cabo de un tiempo la volvieron a encontrar en la peña donde apareció y comprendieron que la Virgen, al igual que la Virgen de La Guiana, prefería estar en la peña y le hicieron allí mismo una ermita.
Cercano al arroyo de Valdeprado se toparon unos vaqueiros la quinta de las tallas. Desconocían a que imagen correspondía la Virgen, y en pleno verano, cuando discutían sobre el tema, los campos se tiñeron de blanco. En ese mismo lugar levantaron la ermita de la Virgen de las Nieves.
     Con la sexta no hubo dudas, encontrada en un recoveco entre una maraña de raíces de sauces, todos coincidieron en que se trataba de la Virgen de las Angustias. Al ser rescatada de ese lugar claustrofóbico, la Virgen se dejó levantar una bella ermita por los vecinos del pueblo de Cacabelos. A pesar de todo la virgen extrañaba el murmullo de la corriente del río Cúa, y anegaba con sus aguas de vez en cuando el templo.

     Por último, la Virgen de la Encina, fue encontrada fruto del azar cuando unos caballeros templarios cortaban leña en un encinar cercano a Ponferrada. Construyeron una ermita en su honor, que poco tiempo después fue ampliada a santuario por el fervor que despertaba entre los habitantes de la comarca.

lunes, 18 de agosto de 2014

La plaga de la pseudociencia

Es curioso cómo en pleno siglo XXI la gente es propensa a creer en todo aquello cubierto por un falso velo de ciencia. Es lo que se denomina pseudociencia. En ella podemos englobar cosas tan diversas como la astrología, abducciones o numerosas teorías conspiratorias.
El proceso científico es un proceso lento y tedioso en el que los resultados tienen que estar avalados, ser reproducibles y lo que es más importante si cabe: que sean susceptibles de ser refutados. No sé si será culpa del sistema educativo, de los medios de comunicación o de nuestra incapacidad y comodidad para darnos cuenta de la dificultad y esfuerzo que entraña el método científico. Pero para mí, los científicos son los verdaderos héroes del mundo en el que vivimos. Capaces de errar en sus razonamientos y no aferrarse a ellos por orgullo, comenzando una y otra vez hasta dar con una hipótesis valida. Abiertos a cualquier nueva idea, aunque choque frontalmente con su trabajo y capaces de encajar las críticas hacia los resultados del mismo. Todo ello exige una gran dedicación y esfuerzo que muchas veces no se transmite al gran público. Sus descubrimientos son comunicados con premura, pero no se ahonda en cómo se han conseguido esos avances que en muchos casos salvan vidas, dando una falsa sensación de facilidad e inmediatez.
Características que por otro lado sí posee la pseudociencia. Uno de los ejemplos más extendidos hoy en día es la creación de la especie humana por extraterrestres. Dejando de lado las grandes posibilidades literarias de la idea, desde el punto de vista científico resulta absurda. Da una respuesta fácil a todos aquellos que no quieren embarcarse en el estudio de la teoría de la evolución y aluden entre otras cosas a la cantidad de coincidencias que deberían darse para la creación de la vida en la tierra de forma espontánea. Les supone un gran esfuerzo pararse a pensar en el elevado número de posibilidades existentes debido a la infinidad del universo entre otras cosas. Como este ejemplo podría enumerar otros que se pueden leer día tras día en la prensa. Ritos de curación, satánicos, amorosos, en busca de la riqueza… Sinceramente, no puedo llegar a comprender cómo hoy en día una madre prefiere implorar a su dios a llevar a su hijo al médico. A fin de cuentas, unos comportamientos más dignos de la edad media que de la época en la que vivimos.
Tras afrontar este tema a grandes rasgos, comprenderéis la necesidad que suponía para mí dotar los hechos fantásticos que aborda la novela de cierta base científica, de forma que generen la sensación al lector de que algún día podrían ser realizables. Convertí en mi mantra particular una de las tres leyes de Arthur C. Clarke: Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia. Entonces comencé a moverme entre dos aguas, la ciencia y la pseudociencia, rebasando sus fronteras en más de una ocasión. Finalmente creo que el resultado ha sido satisfactorio y que mi trabajo conseguirá dar alas a la imaginación del lector.


viernes, 15 de agosto de 2014

Avance del primer capítulo (part.4)

—Una lástima —pensó en voz alta.
Pol dio un respingo al cerrarse la puerta, absorto en la redacción de uno de los expedientes del día anterior. Un chiquillo víctima de una conductora ebria.
—Lo que es una lástima es que todavía no esté en dirección a la costa para coger mañana el ferry. —A diferencia de Pol, había aprendido a realizar su trabajo sin dejarse llevar por las circunstancias que envolvían la autopsia.
—Nadie te impide partir en cuanto veas el cuerpo, pequeña.
—Eso haré —respondió dirigiéndose a las taquillas, donde se puso rápidamente una bata—. ¿Piensas enseñármelo ya o debo esperar a que termines el informe?
—Está en la 304.
Tenían numeradas las cámaras frigoríficas como si de un hotel se tratara: el primer dígito era el nivel, en este caso el superior, y los dos siguientes el orden de izquierda a derecha.
Entró en la sala de autopsias. Era una habitación de unos ochenta metros cuadrados, escrupulosamente limpia, de paredes blancas y con seis mesas de frío acero en el centro de la estancia. La iluminación no ayudaba a mejorar la calidez del lugar, si es que esto era posible. Se limitaba a unos fluorescentes y unas lámparas de pie al lado de cada mesa. Dos estaban ocupadas, reposaban dos cuerpos inertes dentro de sendas bolsas negras que esperaban pacientemente su turno. Se dirigió hacia ellos y ojeó las etiquetas que colgaban de la cremallera. Una mujer asesinada y un anciano que debía de llevar muerto un par de días en su casa. Se dio media vuelta y se dirigió al panal que formaban las cámaras una a continuación de la otra. Abrió la puerta con un sonido sordo y deslizó la camilla hacia fuera. Pudo contemplar el cuerpo de un hombre caucásico, fornido y con unos rasgos que le resultaban vagamente familiares. Observó más detenidamente el cadáver y se fijó en las descuidadas puntadas de su enorme cicatriz en forma de doble «Y». Pol era un gran forense, pero una vez realizado el examen se apresuraba a cerrar el cuerpo sin poner mucho empeño en ello. Como solía decir: en unos meses ni se le notará. Típico humor británico. En ese momento se abrieron las puertas automáticas y entró en la sala con el expediente del desconocido bajo el brazo y una tarjeta en la mano.
—Ábrele los ojos: comprenderás por qué te he hecho venir.
Se colocó un guante de látex en la mano. No tenía ningún reparo en hacerlo sin ellos, pero el cuerpo era parte de una investigación abierta y no podía arriesgarse a contaminarlo. Era habitual que se procediera a un segundo examen durante el transcurso de las pesquisas policiales. Colocó sus dedos pulgar e índice sobre cada uno de los párpados y se dispuso a descubrir sus ojos.
Notó como se le erizaba el vello de los brazos, y un escalofrío la recorrió de un extremo a otro. Por primera vez desde aquella primera clase de anatomía, se quedó paralizada. Un vago recuerdo se apoderó de su cabeza al ver sus mismos ojos en otra persona totalmente desconocida para ella. Se dio cuenta de que aquellos ojos inertes los tenía grabados a fuego en lo más profundo de su conciencia, en un lugar cercano al olvido, donde los había desterrado muchos años atrás.
—Me gustaría saber cuántas probabilidades hay de ver dos personas con idéntico color de ojos en el mismo día —dijo Pol.
—Dices que llevaba mi nombre en uno de sus bolsillos, ¿no?
—Así es; de hecho la sargento que lleva el caso me ha dado esta tarjeta. Quiere que te pongas en contacto con ella para hacerte unas preguntas.
—¿Sobre qué? Es la primera vez que veo a este tipo.
—Bueno, podría llegar a pensar que el hecho de que tenga tus mismos ojos fuera una caprichosa casualidad.
—¿Pero?
—Pero lo de la página en el bolsillo solo tiene una explicación. Evidentemente este hombre quería contactar contigo, pequeña.
—¿Qué querría de mí un completo desconocido?
—Habla con la sargento. ¿Cómo dijo que se llamaba? ¿Jennifer? Déjame la tarjeta: eso es, Jennifer. Habla con la inspectora Jennifer —corrigió Pol—: seguro que en los próximos días comenzarás a tener respuestas.
No podía apartar los ojos del cadáver. Se preguntaba quién sería ese tipo y qué hacía ahí tumbado, lo que hizo que se diera cuenta de que no le había preguntado a Pol la causa de la muerte. Levantó la vista y, como tantas veces solía hacer Pol, este se adelantó a lo que estaba pensando. Era una cosa que la irritaba, ya que odiaba que la conociera tan bien.
—Suicidio. Dale la vuelta a los brazos y verás los cortes de las muñecas.
—Los hombres suelen utilizar armas de fuego —dijo ella mientras examinaba el reverso de uno de los brazos—. No son unos cortes muy limpios que se diga.
—Así es. Por lo que me ha dicho la inspectora, se los hizo con un simple cuchillo de plástico en el baño de la habitación de su hotel. Es como si hubiera utilizado lo primero que encontró para hacerlo.
—Normalmente la gente planifica bien su suicidio de forma que parezca lo más trágico posible, con notas de despedida y todo eso.
—Estoy de acuerdo. De no ser por la dirección y profundidad de los cortes, descartaría el suicidio.
—¿Lo has reflejado en el informe para la policía?
—No. Yo simplemente examino el cadáver, pequeña: las conjeturas se las dejo a ellos.

Cerró la bolsa, no sin antes echar un último vistazo a los ojos, e introdujo el cadáver de nuevo en la cámara de refrigeración.

jueves, 14 de agosto de 2014

El mejor Prozac: un buen libro.


Creo recordar que fue en IT, de Stephen King donde leí esta frase y no puedo estar más de acuerdo con ella. Tanto me impactó en su día que me puse a investigar sobre el tema llegando a la conclusión de que la rutina y la falta de estímulos externos suelen ser los causantes de la infelicidad.
A lo largo de nuestra vida asistimos de primera mano a cómo se comba nuestro espacio-tiempo. No, no voy a entrar en el campo de Einstein ni mucho menos. Los tiros van por otro lado. Todos recordamos cuando éramos pequeños cómo las horas, días y semanas pasaban a un ritmo condenadamente lento. Sobre todo cuando estabas esperando que llegara un momento determinado con ansia. Sin embargo en la edad adulta, el tiempo se escurre como el líquido entre tus dedos sin que nada lo pueda remediar. O eso pensamos.
Cuando llegamos a este mundo, nuestro cerebro se encuentra virgen de información, como un disco duro recién comprado. Aunque no sabría decir cuándo, supongo que siendo un feto ya comenzamos a recibir estímulos externos, los cuales están directamente ligados a nuestra percepción del tiempo.
La medición del tiempo es un invento humano, pero cómo lo percibimos depende de cómo lo interprete nuestro cerebro. Por poner un ejemplo, si estamos en las fiestas del pueblo viendo un espectáculo pirotécnico, vemos y oímos la explosión de los fuegos artificiales al mismo tiempo si nos encontramos más o menos cerca. Con la física en la mano, la velocidad del sonido es de unos 340m/s. La de la luz de casi 300.000.000m/s. Resulta lógico pensar que deberíamos ver primero toda la amalgama de luminosos colores y luego escuchar la explosión ¿verdad? Es nuestro cerebro el que se encarga de hacer este ajuste. Por así decirlo, tenemos una pequeña máquina del tiempo sobre los hombros Doc…
Volvamos a nuestra infancia. En cuanto salimos del útero se produce una explosión sensorial. Todo es una novedad para nosotros. Nuestro cerebro empieza a recoger información por los cincos sentidos de forma ineludible de nuestro entorno, que luego forjarán nuestro carácter y experiencias. Como es previsible, en un principio nuestro procesador funciona al 100%, pero a medida que pasan los años va descendiendo gradualmente hasta que llegamos a una edad adulta en la que irremediablemente tiende al 0%, puesto que con el transcurso de los años es difícil encontrar nuevas sensaciones (una naranja la descubrimos por primera vez y luego son todas iguales). Este esfuerzo mental es el que incide directamente en la percepción del tiempo, cuantas más novedades aportemos a nuestro cerebro, disfrutaremos de una mayor sensación de haber aprovechado el tiempo y este parecerá ralentizarse.
Es lo que sucede cuando la gente comenta que ha aprovechado muy bien sus  vacaciones, que incluso se le han hecho largas aunque luego lo neguemos una y otra vez en el trabajo. La salida de la rutina y el hecho de recibir nuevos impactos sensoriales es lo que ocasiona este cambio de percepción en el tiempo. Por eso a los humanos nos gusta viajar, somos curiosos por naturaleza debido a esa necesidad de recibir sobre todo nuevos estímulos visuales. Esto hunde sus raíces en los principios del tiempo. Cuando no existía escritura, no quedaba más remedio que recordar esa planta venenosa, ese animal peligroso o el camino de vuelta a tu cueva. Así durante miles de años, convirtiéndonos de ese modo en unos yonkis de las imágenes.
Obviamente, salvo para algún privilegiado o alguna persona con la valentía de dejarlo todo y ponerse en ruta sin preocuparse por el mañana, viajar es costoso y requiere mucho tiempo libre. Pero existe una forma más barata. Durante el proceso de lectura evocamos imágenes. Está demostrado que nuestro cerebro adopta la misma actividad cerebral cuando hacemos una labor y cuando pensamos que la estamos haciendo. Sirve entre otras cosas para comunicarse con personas en un estado vegetativo. También está demostrado que el cerebro de una persona lectora es diferente al de una persona que no lee. Los primeros poseen unas mejores conexiones neuronales.

Resumiendo la conclusión es obvia y fácil de llevar a la práctica. Si quieres ser más feliz y alargar tu vida, no el tiempo mensurable, si no la calidad del tiempo percibido, lee. Y prueba a volver a casa del trabajo por un camino diferente aunque lleve unos minutos más, descubre nuevos sabores, deja de lado tus viejos vinilos y vete a una jam session a descubrir nuevos músicos o cualquier otra cosa nueva que se te ocurra. También puedes tomarte un Prozac… o ponerte a escribir.

miércoles, 13 de agosto de 2014

Villafranca del Bierzo


Jacobo, Tony, Andrea… Son algunos de los protagonistas de Amanece sobre Londres. Tienen en común que juntos descubrirán la comarca de El Bierzo de la mano de un anciano médico guardián de un antiquísimo arcano. A modo de guía espiritual, hundirán las raíces en el pasado de un antiguo enclave sito en pleno Camino de Santiago. Villafranca del Bierzo.
Esta hermosa población tiene la singularidad de ser el único lugar en todo el camino donde puedes conseguir la indulgencia plenaria, a parte claro está, de la Catedral de Santiago. Sólo las personas enfermas o accidentadas podrán ganar el Jubileo en la Iglesia de Santiago, donde su Puerta del Perdón únicamente se abre los años santos.
Esta pequeña iglesia posee además otros muchos encantos… para el que tenga ojos para ver. El no iniciado no logrará atisbar toda la simbología oculta que muestra el templo, relacionada con el esoterismo que envuelve el camino en su lento discurrir por la península. No iba a ser menos en un enclave donde, a través de fraguas olvidadas en el devenir del tiempo, se inicia una senda de fuego hasta Campo del Agua, en plenos Ancares. En este lugar, los antiguos moradores de estas tierras rendían culto a sus deidades dejando una impronta de misticismo en la región.
Muchas personas cometen el error de pensar que esta villa fue fundada por los francos, pero la realidad fue diferente. Dña Urraca, varios siglos atrás y tras un encontronazo con las autoridades locales que no la reconocieron, eliminó su portazgo. Villa franca de impuestos. Por supuesto en el imaginario popular también existen otras leyendas, como que sus fundadores llegaron en un carro tirado por bueyes blancos. Sea como fuere, Villafranca del Bierzo hunde sus raíces en la Edad del Bronce (Recomendable una visita al museo de los Padres Paules) y ha sido testigo mudo de diferentes batallas. Señorío y posteriormente marquesado, llegó a su culmen en el siglo XIX cuando se convierte en capital de la recién creada Provincia del Vierzo aunque eso sí, de duración efímera.
Su rica historia nos ha dejado también un conglomerado artístico y cultural sin parangón. Desde su Colegiata hasta las obras del pintor flamenco Paul Bril en el Convento de La Anunciada, pasando por las iglesias de San Francisco o San Nicolás. Su castillo, la Calle de los Tejedores y la del Agua nos trasportaran a épocas pasadas, siendo en esta última calle donde nació Enrique Gil y Carrasco, escritor berciano por antonomasia.

En definitiva Villafranca es el lugar idóneo para establecer el centro de operaciones de cara a  disfrutar de una visita a El Bierzo y por qué no, también de su gastronomía. Quién sabe si conversando con sus gentes, descubrirás algún antiguo misterio de la zona… De momento y para saciar vuestra curiosidad, en la novela desgranaré algunos.

martes, 12 de agosto de 2014

Avance del primer capítulo (part.3)


Era una tormentosa noche de agosto en un pequeño pueblo al norte de España. A última hora de la tarde el bochorno se hizo insoportable y el sol se comenzó a cubrir por unas oscuras nubes. Una sensación de extraña calma se apoderó de ella, el aire olía a lluvia y se notaba cargado de electricidad. Los truenos resonaban en la distancia cual pregonero avisando de lo que se avecinaba. Unas horas antes, las campanas repicaron en lo alto de la iglesia. Cumplían con una vieja tradición española de alertar a los vecinos que se encontraban trabajando los campos de que una tormenta se acercaba. Por más que su padre y su madre le advertían de los peligros de los rayos, ella siempre se las ingeniaba para salir al porche. Le gustaba jugar a contar los segundos que transcurrían entre que caía el rayo y se oía el trueno. Curiosamente, nunca transcurrían más de diez segundos, quizás porque era hasta donde sabía contar. Le encantaban las tormentas. Al menos hasta esa noche.




—Mierda.
Acababa de rayar una de las maletas con las puertas del portal al sacar apresuradamente la motocicleta para reunirse con Pol. A pesar de la rabia, se dijo que ya no tenía solución y que debería haberlas quitado antes de salir, puesto que algo le decía que el viaje se iba a posponer.
Le encantaba montar en moto. El proceso de arrancarla y dejarla calentar mientras se colocaba los guantes, el casco y se ajustaba la cazadora era todo un ritual para ella. Una vez en marcha, disfrutaba del anonimato que le brindaba el casco mientras se zambullía en el denso tráfico londinense, escapándosele alguna que otra sonrisa cuando adelantaba a un conductor malhumorado presa de un atasco.
Llegó a la entrada del juzgado donde, tras levantarse la visera del casco y reconocerla el vigilante, este levantó la barrera. Dejó la moto en el parking subterráneo y se dirigió hacia las escaleras, dado que la espera del ascensor se le hacía eterna. Cruzó el patio interior y se dirigió a la entrada, donde debería volver a bajar un piso hasta el depósito, que se encontraba en el ala vieja del edificio principal. En el despacho le esperaba, impaciente, Pol.
En el pasado, al fallecer su padre, su tío Pol se convirtió en su tutor. Era un tipo de rasgos angulosos, físicamente bien proporcionado y tan cuidadoso con su aspecto que no aparentaba que solo le faltaran unos meses para su jubilación. Educado, siempre con una sonrisa en la boca y con una voz tranquilizadora que hacía que cualquier discusión se tornara en un agradable intercambio de opiniones. Siempre encontraba una forma de decir las cosas de tal manera que cuando te dabas cuenta, ya te había llevado a su terreno.
Cuando perdió a su padre fue el único que supo comprenderla. Se trasladó a vivir con él a un barrio de clase acomodada, donde estudió en uno de los mejores colegios de la ciudad. En esa época solo hizo un par de buenos amigos, con los que quedaba todos los martes para cenar y algún que otro viernes para tomar una cerveza en alguno de los pubs de moda. Dado su carácter solitario, era con Pol con quien más tiempo pasaba. No era de extrañar que con el paso de los años eligiera estudiar su misma profesión.
Educar a la pequeña fue el mayor reto que afrontó en su ajetreada vida. Al principio se mostraba fría y distante pero él supo ir ganándosela poco a poco. Comenzó con el viejo truco de los regalos. Era una forma de chantaje, sí; pero, como no podía ser de otra manera, fue dando sus frutos con una niña de tan corta edad. Todo esto le suponía una gran tarea a Pol, ya que, a causa del carácter individualista y callado de la niña, era difícil de sorprender.
Un día de verano, a los pocos meses de morir su hermano, Pol intentaba resolver un acertijo en el suplemento de verano de una de sus revistas favoritas. A la sombra de un árbol lo leyó en alto como solía hacer con aquello que precisaba de una especial concentración por su parte.
—Si estoy a oscuras y tengo veinte calcetines blancos y otros veinte negros en un cajón, ¿cuál es el menor número de calcetines que debo coger para asegurarme de que cojo un par del mismo  color? —se preguntó—. Veinte  blancos y veinte negros en un cajón —repitió pensativo.
—Tres —dijo una vocecita.
Pol dobló la revista hacia abajo para mirarla por encima de sus gafas.
—Tres —dijo esta vez en un tono más alto a la vez que cruzaba sus brazos esperando una confirmación.
—Muy bien, pequeña —murmuró sorprendido.
A partir de esa tarde de domingo todo comenzó a cambiar, notó como poco a poco la niña iba dejando atrás lo sucedido y comenzaba a verlo como si de un padre se tratara. Ya no necesitaba regalos y según pasaban los años disfrutaba de su compañía, primero con sus inocentes preguntas y más adelante con acaloradas discusiones, sobre todo de carácter filosófico, la asignatura favorita de su pequeña.

Transcurrieron los años y llegó la hora de ir a la universidad. Ese verano, antes del comienzo de las clases, Pol insistió en que acudiera a un campamento de idiomas en el extranjero. También le consiguió plaza en una residencia de estudiantes a su vuelta a pesar de no encontrarse el campus especialmente lejos de su casa. No era porque no quisiera tenerla a su lado, pero pensó que sería la forma de que no dependiera tanto de él y empezara a valerse por sí misma. Esto provocó un pequeño alejamiento entre ellos, subsanado en cuanto comenzó a trabajar con su tío.




Cuaderno de Jacobo

He decidido plasmar en este cuaderno el resultado de mis averiguaciones ya que mi destino pronto me dará alcance. Mi tiempo y el suyo se termina.
Me llamo Jacob Evans. Soy el hijo de Casey y Claudia Evans, como he descubierto no hace mucho. Toda mi vida he vivido en España con el nombre de Jacobo Vidal, como uno de los hijos de los que realmente son mis tíos. Si se me hubiera dado la oportunidad de elegir, no habría nacido. Al menos tal como soy, como lo que he descubierto que soy.


Poco a poco se va complicando la trama de Amanece sobre Londres. Ahora nada más y nada menos que tres saltos temporales en un par de páginas. Por primera vez aparece otro de los protagonistas principales de la novela: Jacobo.

lunes, 11 de agosto de 2014

El conocimiento de los antiguos

Durante la documentación para la novela, dos preguntas surgieron en mi cabeza. ¿Somos la sociedad más avanzada que jamás haya existido? ¿Es así o un velo de egoísmo cubre nuestra percepción? Estas dos, aparentemente fáciles preguntas de rápida respuesta, podrían esconder más de lo que en un primer momento se podría llegar a pensar. No es ningún nuevo descubrimiento el orgullo humano, quizás nuestro mayor talón de Aquiles, que nos obliga a cegarnos con nuestras creencias y maniatarnos con nuestros prejuicios. Al hombre no le gusta el cambio a pesar de ser algo inherente a nuestra condición humana. Sin duda es un hecho que le ha llevado a cometer innumerables errores a lo largo de la historia. La religión, y haciendo alusión a ella no quiero decir que sea uno de ellos, es más, considero que el hombre necesita de ese acervo espiritual para sobrevivir. Llámenlo religión, ciencia o creencia. Como decía la cuestión es que en la sociedad actual el cristianismo y sus diferentes ramas, han ahondado tanto en el subconsciente colectivo, que para el común de los occidentales la historia solo remonta dos mil años en el tiempo, para los más eruditos, se podría ampliar en una ventana que va de los tres a cuatro mil años de antigüedad. ¿Pero ese dogma preestablecido significa que no existió ninguna otra civilización anterior? Rotundamente no. Bajo mi humilde punto de vista existieron dos cataclismos en la historia de las sociedades recientes. El primero de ellos fue la quema de la biblioteca de Alejandría y el segundo la Edad Media, ese periodo oscuro en el que la sociedad permaneció sumida durante varios siglos.
Sin duda el más relevante fue el primero de ellos. Casi un millón de pergaminos se perdieron en el incendio. Es inevitable preguntarnos por todo el conocimiento que allí confinado quedó sumido en cenizas. Nunca sabremos qué contenía, pero una cosa me queda clara a medida que indago y adquiero la experiencia que me da el paso de los años. Los antiguos tenían algún tipo de conocimiento desconocido para nosotros a día de hoy. No hablo de pseudociencia o metafísica, sino del uso de su capacidad mental. De algún modo eran capaces de descubrimientos que se perdieron o eliminamos con el devenir de los siglos y que de algún modo no se nos han vuelto a revelar hasta la llegada del Renacimiento.

En una sociedad avanzada como la que vivimos, en ciertos sectores se ha dejado de lado el valor del esfuerzo para dárnoslo todo prefabricado. Hay personas que se abandonan a conseguir ingresos a fin de mes para obtener recompensas banales, dejando de lado su espíritu. Y este necesita ser calmado de alguna manera, ya sea con religión o conocimiento. Dos cosas en principio contradictorias pero que pueden ir de la mano, puesto que a fin de cuentas la palabra espíritu procede del latín spirare, respirar, y lo que respiramos es aire, materia. El campo de la ciencia. Entonces me pregunto si ese cultivo del espíritu de los antiguos les llevó a alcanzar descubrimientos que sin la tecnología actual nos podrían parecer inconcebibles. Como narro en Amanece sobre Londres, Eratóstenes dio una medida muy aproximada del diámetro de la tierra… en el S.III a.C. Es curioso que en lugar de utilizar nuestra capacidad intelectual con los medios de los que disponemos hoy en día, sea un recurso habitual en pleno S. XXI aferrarse a lo esotérico y aludir a teorías de la conspiración, en algunos casos esperpénticas, como pueden ser las teorías creacionistas extraterrestres. La razón: es más fácil y rápido que buscar una respuesta científica.
La conclusión que extraigo de esto es que nuestros antecesores disponían de dos virtudes defenestradas hoy en día. El esfuerzo y la paciencia. El primero siendo conscientes de la dificultad para alcanzar sus metas, el segundo para andar el camino que lleva a ellas y asumir el éxito o el fracaso de sus disertaciones. Gran culpa de la pérdida de estos valores lo tiene la educación actual.

Considero que a los niños deberíamos enseñarles que la tierra es plana. ¿Qué cara pondrían al ver por primera vez un globo terráqueo? Más que la sorpresa, lo que me interesaría es que, por primera vez, comenzarían a razonar, cuestionar y buscar una explicación a lo que ven, dejando de ser sus cerebros meros contenedores de información. Al parecer, el objetivo del sistema educativo actual.

viernes, 8 de agosto de 2014

Santiago de Peñalba


Si en una entrada anterior hablé del pueblo, resulta ahora ineludible hablar de su iglesia. Esa pequeña joya del mozárabe entorno a la que se apilan las pocas casas de la aldea con sus característicos tejados de pizarra. La particularidad del templo radica en su puerta de entrada, un arco bilobulado único en el mundo y que se ha convertido también en símbolo de la iglesia. Así que si os acercáis a verla y se encuentra cerrada no desesperéis, lo más importante lo habréis visto. También podréis disfrutar de sus discos solares de herencia celta en los aleros y de su espadaña separada de la nave.
De aquí procede la cruz votiva que Ramiro II regaló al monasterio de Santiago de Peñalba y que a la postre se ha convertido en símbolo de identidad de El Bierzo como lo atestigua su inclusión en su escudo. Los más observadores se habrán percatado que he dicho monasterio. Así es, la iglesia de Santiago de Peñalba es el último vestigio del monasterio que se alzaba en ese lugar. Al menos sus piedras perviven en las construcciones de las casas del pueblo, sirviendo el monasterio de improvisada cantera.
Si tenemos la suerte de acceder a su interior nos sumergiremos en esta maravilla bajo un techo jalonado por estrellas (de nuevo elementos de simbología celta). Su atípica construcción con dos ábsides contrapuestos le dan una singularidad que la podrían vincular con antiguas construcciones en el norte de África auspiciadas por la figura de Donato, líder herético que dio nombre a la secta donatista y que por azares del destino, terminó convirtiéndose en uno de los protagonistas de mi novela.

Continuando la vista, lo que más nos llama la atención son los antiguos grafitos que adornan sus muros laterales. Ocultos a la vista tras siglos de despropósitos, hace años una restauración los devolvió a la superficie. En ellos podemos observar diferentes representaciones de híbridos y animales mitológicos (¿ocas?) y varias escrituras, como si de una pizarra de prácticas se tratara. Personalmente hay dos elementos que me fascinan y han pasado a formar parte de la novela. Los numerosos nudos de Salomón y el elefante (agradecer a la guarda de patrimonio la paciencia mostrada conmigo en su búsqueda). El primero porque representa un saber oculto y ancestral de los primeros cristianos, el segundo porque podría vincular a los monjes con el mismísimo Alejandro Magno. Si queréis saber por qué, solo os adelantaré que el ajedrez más antiguo del que se tiene constancia es el ajedrez de San Genadio, fundador del monasterio de Santiago de Peñalba y donde hasta el siglo pasado un lugareño custodiaba las piezas en… una caja de zapatos. A partir de esta información que cada uno saque sus propias conclusiones o que proceda a la lectura de Amanece sobre Londres.

jueves, 7 de agosto de 2014

Avance del primer capítulo (part.2)

Las sombras se iban poco a poco dibujando según avanzaban los primeros minutos del nuevo día mientras la ciudad se volvía cada vez más agitada. You shook me all night long comenzó a sonar en el radio despertador. Estaba arropada de tal manera que solo asomaba la cabeza por encima del edredón. Era una manía que se remontaba a cuando era niña, como la de no dejar colgando ninguna extremidad fuera de esa frontera imaginaria que marcaba el perímetro del colchón. Por lo que pudiera haber debajo.
Vivía en un viejo apartamento de altas paredes de ladrillo que ella misma había pintado en color crema, al igual que las puertas y ventanas, para las que eligió un blanco mate que dejaba ver la veta de la madera. Eso le daba una gran luminosidad a la vez que resultaba muy acogedor, algo muy importante en la fría y triste Inglaterra en la que se había resignado a vivir. Excepto el colchón, otra manía más, no había comprado ninguno de los muebles que decoraban el apartamento. Se los habían regalado, encontrado por la calle, fabricado ella misma o simplemente ya estaban allí. A pesar de los diferentes tipos de muebles, el lugar desprendía una gran calidez y uno se sentía a gusto nada más entrar por la puerta, después de subir dos pisos por las estrechas escaleras de la antigua casa dividida en apartamentos.
Comenzó a desperezarse envuelta en sudor, tarareando la letra de la canción, pensando en que hoy no tendría que echar a suertes consigo misma si levantarse o no y enfrentarse a un día como otro cualquiera de su monótona vida. Menos mal que se conocía bien y por esa razón siempre dejaba el despertador alejado de su cama a todo volumen.
Mientras estaba sentada sobre la taza del baño, sentía la aprensión que la asaltaba todas las mañanas. Por más que se esforzaba y le daba vueltas a la cabeza no conseguía averiguar el porqué de esa sensación que tanto la incomodaba. Suerte que una ducha hacía que se sintiese mucho mejor y la alejaba de esos pensamientos hasta la mañana del día siguiente. Eso y un buen desayuno. Se dirigió a la cocina donde calentó un poco de agua para su té con leche y se preparó un sándwich de jamón y queso, acompañado de un par de piezas de fruta. Luego lavó la taza del día anterior junto con la cuchara y el plato. Era una mujer que adoraba la simplicidad y solo poseía lo necesario para arreglarse, aunque cada una de sus pertenencias eran como un tesoro. Esa misma taza tardó dos días en comprarla puesto que cada una de sus posesiones tenía un simbolismo especial para ella. La taza perfecta con la que se sintiera a gusto mientras la abrazaba entre sus manos para beberse su té. Algo así como en una película en la que todo el decorado está estudiado al detalle para que parezca que siempre ha estado ahí por algún motivo, aunque en el fondo era consciente de que el té le iba a saber igual en una taza que en otra.
Cuando terminó de desayunar volvió al baño donde se quitó la toalla con la que se había envuelto. Al mirarse en el espejo, un escalofrío recorrió todo su cuerpo. No era la primera vez que le ocurría al ver sus ojos gris claro reflejados, como si esos mismos ojos a su vez la estuvieran escrutando desnuda desde el espejo y recorrieran cada parte de su piel de un moreno casi dorado. Evidentemente esto y su corta melena de color negro azabache era algo que atraía a los hombres pero a la vez los incomodaba, tanto como a ella en ese momento al contemplar el reflejo de sus enigmáticos ojos.
El sonido del teléfono le sacó del trance.
—Hola, Pol.
—Buenos días, pequeña —dijo la cálida voz al otro lado de la línea—. Perdona que te llame a estas horas, pero creo que deberías venir al juzgado en cuanto te sea posible.
—Pol, sabes que hoy comienzo el viaje en moto del que tanto tiempo te llevo hablando.
Llevaba semanas planeando el viaje que la llevaría por toda Europa durante un mes. Lo tenía todo preparado, ropa, rutas, mapas; hasta le había dejado a Pol las llaves del buzón para que no se le amontonara la correspondencia. Su trail esperaba en el interior del portal donde pasaba las noches con las maletas colocadas para salir a primera hora de la mañana. Seguro que su vecino se alegraría de no tener que esquivar la moto todas las tardes. Aunque, a decir verdad, ella sabía que no le molestaba y era solo una excusa para cruzar unas palabras. Una curiosa forma de intentar intimar, algo que a ella no se le pasaría nunca por la cabeza. Era un hombre atractivo, pero demasiado tímido y tradicional. No sería el tipo de taza con la que se quedaría.
—Ha llegado un cadáver esta noche.
—Llegan cadáveres todos los días —replicó en un tono que intentaba disimular su enfado para que Pol no se anduviera con rodeos y le dijera de una vez lo que ocurría.

—Verás, pequeña: en uno de los bolsillos tenía una página arrancada de un listín telefónico con tu nombre marcado. Además de algo que solo había visto antes en una persona —Pol hizo un silencio—, tiene tus mismos ojos.


Segunda entrega del primer capítulo. Como ya había avanzado la novela transcurre entre diferentes saltos en el tiempo. Ahora avanzamos unos siglos hasta la época actual para conocer a una de las protagonistas. ¡Espero que disfrutéis con la lectura!