Un blog para presentaros mi primera novela y compartir mis opiniones, experiencias e inquietudes con vosotros. Amanece sobre Londres relata dos historias paralelas en el tiempo, una en el siglo IV y otra en la actualidad contra un mismo enemigo: Luzbel. El destino de sus personajes se decidirá antes de la salida del sol, tras una frenética carrera a través de las calles de la capital británica.

 

viernes, 22 de agosto de 2014

Avance del primer capítulo (part.5)

Esa noche se puso de parto. El destino quiso que fuera la misma noche en que cumplía treinta y tres años cuando naciera también su hijo.
La tormenta había empeorado, una densa capa de nubes cubría el pueblo dándole un aspecto tenebroso con cada relámpago. Una maraña constante de sonidos procedía de todos los rincones del lugar: ramas agitándose, ventanas mal cerradas, plásticos de los invernaderos serpenteando con el viento… Los únicos que permanecían en silencio eran los animales. Incluso la mascota de la familia se había refugiado debajo de una de las camas sin dar un solo ladrido, como era habitual en estas situaciones.
No se oía nada al otro lado de la línea. Por más que Casey lo intentaba mientras sujetaba cariñosamente la mano de Claudia, no recibía respuesta alguna. Claudia no se podía mover, debido a que las contracciones eran continuas y hacían que se retorciera de dolor. Sin pensárselo dos veces, besó la sudorosa mejilla de Claudia y se precipitó escaleras abajo. Se puso el chubasquero y, sumergiéndose en la fuerte tormenta, se fue a buscar al médico del pueblo. El alumbrado de la calle no funcionaba. Se abría paso entre las fuertes rachas de viento y lluvia ayudado por una pequeña linterna. Unos metros antes comenzó a gritar el nombre del médico pidiendo ayuda. Llegó a la puerta y la aporreó hasta que un hombre menudo la abrió con un viejo candil en las manos.
—¿Qué ocurre? —preguntó Tomás entrecerrando los ojos en un intento de reconocer a quien tenía delante.
—¡Rápido, es Claudia, está a punto de dar a luz!
Tomás, acostumbrado a estos menesteres, se calzó las botas que tenía preparadas a la entrada y se echó el abrigo sobre el pijama. Con un fuerte grito llamó a su hija de catorce años para que lo ayudara.
—¡Es en casa de los Evans! ¡Yo voy yendo, es un parto!

Cogió su maletín de urgencias y ambos se adentraron corriendo en la oscuridad de la desagradable noche.

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