Un blog para presentaros mi primera novela y compartir mis opiniones, experiencias e inquietudes con vosotros. Amanece sobre Londres relata dos historias paralelas en el tiempo, una en el siglo IV y otra en la actualidad contra un mismo enemigo: Luzbel. El destino de sus personajes se decidirá antes de la salida del sol, tras una frenética carrera a través de las calles de la capital británica.

 

miércoles, 3 de junio de 2015

La clave de la felicidad: escuchar tus propias pisadas.

Me despierto por la mañana, temprano. Es domingo. Me aseo y me visto para salir a comprar pan y algo de bollería para el desayuno. Tras abrir la puerta, un sol mucho más madrugador que yo me deslumbra. Me pongo las gafas de sol y me coloco los auriculares. Comienzo a caminar y con mi dedo pulgar a siete milímetros del play, decido no pulsarlo. De repente me siento como una especie de superhéroe y me percato de los sonidos que me rodean. O más bien la ausencia de ellos. Gotas de rocío cayendo al suelo desde un canalón próximo, un tractor enmudecido por la lejanía, el sonido de mis suelas al maltratar los adoquines. Continúo caminando y el olor del horno de leña donde se está cociendo el pan termina por embriagar mis sentidos. Felicidad. Estímulos magnificados cuando te sumerges en las montañas de mi tierra  y que intensifican las sensaciones. Para mí, es lo más próximo a experimentar una metanoia.
Sin embargo aquí me hallo, a las siete de la mañana, desvelado por el calor. He abierto la ventana para refrescar la habitación donde me dedico a estos menesteres mientras desayunaba, pero me he visto obligado a cerrarla de nuevo. El sonido de una amoladora se filtra por las jambas, enmudecido esta vez por los numerosos vehículos repletos de ocupantes zombis que no han tenido la suerte de poder apurar unas horas más de sueño. Muchos no se percatarán nunca de lo que existe más allá de la cúpula del ruido. A veces pienso que el problema de la herida que estamos infringiendo a nuestro planeta está en las grandes ciudades, o en sus habitantes más bien. He conocido a personas que el único verde que conocen es el del parque y el del pequeño jardín del aeropuerto. Sacian su necesidad de huir de la ciudad yendo a otra más grande. Curiosa paradoja, ¿verdad? Incluso he sido testigo de desvelos en mitad de la noche causados por el abrumador silencio reinante en un pueblo.
Pero lo respeto. Ya sea por suerte o por desgracia, por gusto o necesidades de la vida, a cada uno nos ha tocado vivir en diferentes lugares. Para bien o para mal es curioso, bajo mi punto de vista, como el lugar donde uno pace puede influenciar tanto en una persona. Quizás la información desbocada (como ya he hecho referencia en anteriores entradas), siga llegando a diferentes velocidades  a pueblos y grandes ciudades. Suena a tópico, lo sé, pero puede que toque hacer autocrítica y percatarnos de que las costumbres no han evolucionado tanto desde hace unas cuantas décadas. 

Un claro ejemplo está en los resultados de las últimas elecciones. Nuevamente las grandes ciudades aparecen abanderando un cambio que no se ha hecho sentir de igual manera en los núcleos de población más humildes. Lo que sí me llama la atención es que ya sea en ciudades o pueblos, los porcentajes de participación son similares.  Y lo que más me enerva es que a pesar de la situación social que estamos atravesando, ese porcentaje ha disminuido respecto a los anteriores comicios. Me pregunto los motivos a pesar de que cualquiera de ellos me parece injustificable, aunque admito, que a la hora de ejercer mi voto me he sentido como el que va a comprar un colutorio y no sabe si elegir entre mentolado o frescor glacial, antibacterias o anticaries, blanco polar, rojo o azul, verde o amarillo y finalmente terminas escogiendo aquel que menos te disgusta. Ojalá todo fuera tan fácil como calzarme mis zapatillas de running y perderme por los senderos de mi comarca a escuchar el ruido de mis pisadas…