Un blog para presentaros mi primera novela y compartir mis opiniones, experiencias e inquietudes con vosotros. Amanece sobre Londres relata dos historias paralelas en el tiempo, una en el siglo IV y otra en la actualidad contra un mismo enemigo: Luzbel. El destino de sus personajes se decidirá antes de la salida del sol, tras una frenética carrera a través de las calles de la capital británica.

 

lunes, 7 de diciembre de 2015

Zoon politikón

Lo siento, pero no me he podido resistir. Viendo cómo está el patio sociopolítico en España necesito soltar mi opinión a los cuatro vientos.
Tenemos más opciones políticas con posibilidades de ganar de las que hemos tenido en los últimos años en un país sumido en la lacra del bipartidismo y sin embargo es cuando más confuso estoy. ¿Por qué? Pues supongo que por la desconfianza que me generan los políticos como a la gran parte de los ciudadanos. Personalmente estoy cansado de peleas de patio de colegio y acusaciones mutuas, creo que es tiempo de regeneración política. Tenemos que olvidarnos de ideologías, empezar a recuperar valores y ser más prácticos.
Por un lado es necesaria una reforma electoral que dé voz a las minorías, y no tirar millares de votos a la basura debido a un sistema de reparto artrítico que favorece a la lista más votada. Y hablando de lista, ¿Para cuándo elecciones con listas abiertas en las que el ciudadano pueda votar a la persona y no al partido político? España ha sido un ejemplo de cómo implantar de forma pacífica una democracia viniendo de una dictadura. Una transición que se estudia en diversas universidades del mundo como prototipo a seguir. Es una pena que los corruptos y el sedimentarismo de la actual clase política estén consiguiendo relegarnos de esa posición de privilegio. Quizás por el conformismo de pensar que esa transición ya ha finalizado cuando la realidad es que tan siquiera hemos llegado a su madurez. Son necesarias reformas pero con cabeza. Por ejemplo, es necesaria la citada reforma de la ley electoral, pero la constitución apenas se debería tocar. Es demasiado joven para ello y si alguien de los que ahora mismo me está leyendo la ha estudiado a fondo, coincidirá conmigo en el gran trabajo que hicieron nuestros padres constitucionales. Sus artículos tienen una armonía casi matemática en la que no dejan nada al azar, previendo diferentes escenarios políticos y sociales. En todo caso si hay que tocar algo es el famoso art. 135, modificado por el PSOE previo pacto con el PP con nocturnidad y alevosía. Todo un insulto a los españoles y a los creadores de nuestra Carta Magna.
¿Y qué hacemos con la monarquía? Pues si tengo que encasillarme os diré que mi ideología es de izquierdas tendiendo al infinito. Pero a pesar de todo pesa más la practicidad de la que hablaba antes que los colores de mis pensamientos. Sí, soy un rojo que apoya la monarquía. Una monarquía tal cual prevé la constitución. ¿Por qué? Os voy a proponer un ejercicio. ¿Cúal es el presidente de la república alemana? Posiblemente estés pensando en la respuesta equivocada. Merkel es el canciller, o lo que viene a ser el primer ministro. Su presidente es Joachim Gauck… ¿La reina de Reino Unido? Seguro que aquí no hay dudas. A lo que voy es que en términos prácticos, la figura de un Rey o una Reina nos da más visibilidad en el extranjero y de eso es de lo que tenemos que aprovecharnos. Considero que nos deberíamos de preocupar  más en rentabilizar esa monarquía como hacen en Reino Unido. No conozco monarquía con más escándalos que la inglesa y a la vez más querida por el pueblo. Si vas a Londres vete a ver el cambio de guardia y entenderás de lo que hablo. Que igual es necesario reformar la institución, perfecto. Pero una cosa que quiero dejar claro que debemos posicionarnos en el mercado mundial y una monarquía democrática nos aporta un valor añadido respecto a otros países y da un carácter diferenciador a nuestro estado.
En otro orden de cosas, más que la monarquía, es la corrupción lo que realmente está dilapidando el nombre de España extramuros y de puertas hacia dentro nos toca sufrir sus consecuencias. Siempre he pensado que un político tiene que estar bien pagado puesto que sacrifica su vida personal en pro de los intereses del pueblo, sus horarios no saben de jornadas laborales de ocho horas y treinta días de vacaciones. Pero eso es vivir en un mundo de ideales inalcanzable, estamos hablando de un prototipo de político que no abunda en este país. Cuando veo una falta de valores completa en ellos, cuando veo señorías jugando al Candy Crush en el congreso, que solo unos pocos presenten iniciativas de forma habitual y que su único valor es la codicia; pues me parece muy correcto que algunos partidos pretendan limitarlo. No es ético salir del congreso con una jubilación asegurada a cuenta de las cortes y trabajar para una multinacional que acabas de privatizar en la legislatura anterior.
Es necesario perseguir la corrupción que asola este país, pero para ello no es necesario partir del dogma de que todo lo anterior es malo. Tenemos el ejemplo de nuestra bandera que por mucho que quieran politizarla, nos deberíamos preocupar más de lo que va a simbolizar para nuestros hijos y nietos. Tenemos un senado que muchos intentan eliminar cuando es fundamental para el control legislativo de las cámaras. Una sanidad universal que muchos intentan limitar a los españoles, sin darse cuenta que en el momento que se la quitemos a inmigrantes y extranjeros dejará de ser universal con lo que ello implica: el camino hacía su privatización lenta e inexorablemente. Tenemos una clase obrera acuciada por las deudas porque nos vendieron que podríamos vivir como la clase alta. Unos autónomos y parados trabajando en “B” o echando cuentas para alcanzar la edad de jubilación, que tienen tanta culpa como los corruptos políticos. Pero hay una diferencia importante entre unos y otros, porque entre el españolito de a pie hay quien lo hace por egoísmo y quién lo hace por necesidad. Todo esto con una clase dirigente que trata de culparnos de las penas de esta sociedad: el pecado es de un motón de vagos que se gastan el dinero en pisos de forma incontrolada (creando la consecuente burbuja), que han endeudado este país con impagos a la banca de préstamos y líneas de crédito, y defraudado a hacienda de forma sistemática. Pero quien reforma la ley del suelo, quien ha dado manga ancha (y financiado) a la banca y quien ha dejado que se facture bajo manta es nuestra clase política, porque al permitirlo se llenaban los bolsillos a dos manos como se está demostrando últimamente.
Resulta claro que son necesarias reformas, pero la más importante es la de que los partidos políticos apenas hablan: la educación. Es necesaria una educación en la que primen los valores, el esfuerzo del trabajo colectivo y no la competitividad que nos conduce por el  lado oscuro de la avaricia, el consumismo y el egoísmo. Una educación en igualdad en la que las oportunidades no las tenga solamente el que tiene el dinero, de lo contrario no seremos capaces de salir de este bucle sin fin.
Para terminar, no voy a aconsejar votar a una u otra formación. Todavía ni yo mismo lo sé. Lo único que tengo claro es que votaré a aquellos que planteen un cambio de verdad respecto a los últimos años a pesar de que no esté al cien por cien de acuerdo con su programa. Lo que sí te pido es que por favor, en esta ocasión más que nunca, acudas a las urnas a ejercitar un derecho del que como ciudadanos, podemos sentirnos orgullosos.



viernes, 27 de noviembre de 2015

El más allá


La pasada noche de los difuntos se me planteó una situación un tanto singular. Cómo no, el tema estrella de esa noche fue el más allá. Particularmente, no me gusta hablar de ello, lo cual resulta cuanto menos curioso cuando has escrito una novela en la que uno de sus personajes es el mismísimo demonio.
A pesar de aceptar que soy un poco sadomasoquista, he de admitir que se trata un miedo irracional, visceral y llega hasta tal punto que tengo un pacto tácito con todo ser que pueda habitar al otro lado: yo os respeto y vosotros me respetáis a mí. Ante tal afirmación no tardó en aparecer la figura del escéptico (dícese de aquel que no cree absolutamente en nada salvo que lo vea, sin darse en cuenta que dicho pensamiento ya es una creencia en si misma), intentando echar por tierra tal afirmación. ¿Recordáis la paradoja del gato del Schrödinger? Pues bajo mi punto de vista es el teorema básico de cualquier disciplina científica y de la vida. No podemos negar de forma categórica la existencia de cualquier ente (volviendo al tema) por el simple hecho de no haber visto uno nunca, al igual que yo no puedo afirmarlo.  Ningún científico puede atestiguar qué había antes del Big Bang, es lo que se denomina singularidad, o dónde se encuentra el universo, pero no por ello podemos negar nuestra existencia. Esa curiosidad inherente a todo ser humano es la culpable de nuestra evolución y de nuestro avance tecnológico. El mismo Carl Sagan en uno de sus libros daba una explicación al fenómeno de las abducciones, pero no por ello negaba la existencia de vida extraterrestre. 
Cuando me encuentro con una persona incrédula y dogmática reconozco que me hierve la sangre. En cualquier aspecto de la vida es necesaria una mente abierta. Me reconozco fan de programas como Cuarto Milenio, Espacio en Blanco, La Escóbula de la Brújula o publicaciones como Año cero, en muchas ocasiones dianas de burlas y críticas, e independientemente de la veracidad de los temas que tratan, he llegado a la conclusión de que en muchas ocasiones tratan sus temas con mayor rigor científico e histórico que otras publicaciones de renombre. Huyen de credos y estigmas sociales, de algún modo son el faro que ilumina nuestro futuro avanzando tecnologías que hoy en día consideramos imposibles. 
Todavía recuerdo la primera vez que me abrieron los ojos y me hicieron pensar. Fue mi profesor de ciencias en un instituto religioso (primera prueba de que debemos olvidarnos de los prejuicios) cuando respondió a nuestra pregunta acerca de la existencia de fantasmas. Nos puso el ejemplo del hormiguero. En una colonia de estos diminutos insectos pueden habitar miles o incluso millones de ellas. ¿Cuáles son las probabilidades de que una hormiga se encuentre en medio del campo con un ser humano? ¿Qué pensarían el resto de su encuentro con un ser de proporciones gigantescas? ¿Y si fuéramos nosotros las hormigas?
Sé que nuestro cerebro encorsetado nos pone barreras, siendo su primer recurso la negación de aquello que no comprendemos. Aun así, me resulta placentero entregarme a lo que algunos llaman meditación trascendental, intentar buscar una forma de comprender el multiverso, las singularidades como la anteriormente descrita o cómo explicar esos fenómenos extraños. Eso sí, tiene efectos secundarios. Te obliga a ser más curioso y más abierto a cualquier tipo de tema, ideología o persona.


sábado, 14 de noviembre de 2015


Indignación. Es lo único que me viene a la cabeza en estos momentos. No solo por la cobardía de aquellos que matan a sangre fría, sino por la hipocresía que demostramos cada vez que ocurre este tipo de barbaries.
Je suis Charlie, París... ¿Que hay de Nigeria o Camerún entre otros? ¿Por qué la sociedad no demuestra la misma empatía? Entiendo y comparto los sentimientos de condena, pero no dejo de pensar que lo que realmente nos asusta es el miedo a perder nuestro estado de bienestar. Es necesario un cambio de paradigma social y salir de nuestra zona de confort para exigir a nuestros representantes una solución global y no sólo parches y remiendos cuando las víctimas son occidentales.
Estamos en el siglo XXI y parece que la ley del talión sigue más vigente que nunca, lo que aquí son víctimas terroristas, allí son daños colaterales. Una espiral sin fin que sirve de justificación a uno y otro bando para meterlos a todos en el mismo saco.
Espero que llegue el día en que nos demos cuenta que no pertenecemos a un país o credo concreto. Somos habitantes de un mundo multicultural que de una forma u otra parece que estamos empeñados en cargarnos. Y es culpa de cada uno de nosotros como individuos. ¡Basta ya de ampararnos tras la impasibidad de las masas! Nos toca mover ficha...

martes, 8 de septiembre de 2015

Millenium 4: lo que no te mata se deja leer




No soy muy amigo de reseñas, pero la ocasión lo merecía. Tras varios años esperando, por fin tenemos la cuarta entrega de Millenium: Lo que no te mata te hace más fuerte. Todos conocemos los problemas derivados de la muerte de Stieg Larsson y personalmente yo dudaba de que fuera a aparecer una cuarta entrega. La idea no me desagradaba ante el temor de que no estuviera a la altura de la saga, pero mis dudas han sido resueltas y Lisbeth vuelve a la carga. 

Si tengo que comparar esta cuarta entrega con una de los anteriores, esta sería la primera: Los hombres que no amaban a las mujeres. ¿Por qué? Pues porque es el que menos me gustó. Comenzaba de forma muy lenta y descriptiva, para pisar el acelerador mediado el libro y no soltarlo más en toda la trilogía. Y con este ocurre lo mismo. Debo confesar que si un libro no me engancha en las cien primeras páginas, lo coloco en la estantería en la sección de “olvidados”. Este hubiera sido su destino de no ser consciente de lo que tenía entre las manos y admito que por ese motivo le he dado una oportunidad que otros no han tenido. 

Odio los libros descriptivos en exceso, me gusta que haya acción y no me importa la marca de agua sueca que esta bebiendo el protagonista en ese momento. Así mismo, en ciertos momentos me resulta repetitivo en exceso. Me llama la atención la insistencia del escritor en describirnos por ejemplo el carácter de Lisbeth. ¡Ya lo conocemos! Es aquí dónde me gustaría saber cuál es la parte escrita o basada en la notas del señor Larsson y cuál la de David Lagercrantz para tener una visión de la novela más objetiva.

Por otro lado, me ha gustado que una novela aborde el concepto de singularidad tecnológica, algo de lo que ya había hablado en entradas anteriores (puedes leerla pinchando aquí) y que por mucho que nos asuste, va a ser nuestro futuro inevitable. Adoro que una novela te haga pensar y aborde cuestiones metafísicas que te obligue a meditar sobre la cuestión, cosa que las anteriores no aportaban. Con todo, hay que reconocer que la trama te acaba atrapando de forma lenta pero inexorablemente y llega un momento que te saca una sonrisa de satisfacción al percatarte de que no eres capaz de dejar de leer. En definitiva, una lectura muy recomendable. Si tuviera los derechos de la saga considero que sería una buena idea que esta tuviera continuación, cambiando de autor en cada libro y ver lo que podría aportar. Ya os adelanto que si habéis leído Amanece sobre Londres y me tocara a mí escribir la quinta parte, el Sr. Blonkvist no duraría ni cuatro capítulos…

miércoles, 3 de junio de 2015

La clave de la felicidad: escuchar tus propias pisadas.

Me despierto por la mañana, temprano. Es domingo. Me aseo y me visto para salir a comprar pan y algo de bollería para el desayuno. Tras abrir la puerta, un sol mucho más madrugador que yo me deslumbra. Me pongo las gafas de sol y me coloco los auriculares. Comienzo a caminar y con mi dedo pulgar a siete milímetros del play, decido no pulsarlo. De repente me siento como una especie de superhéroe y me percato de los sonidos que me rodean. O más bien la ausencia de ellos. Gotas de rocío cayendo al suelo desde un canalón próximo, un tractor enmudecido por la lejanía, el sonido de mis suelas al maltratar los adoquines. Continúo caminando y el olor del horno de leña donde se está cociendo el pan termina por embriagar mis sentidos. Felicidad. Estímulos magnificados cuando te sumerges en las montañas de mi tierra  y que intensifican las sensaciones. Para mí, es lo más próximo a experimentar una metanoia.
Sin embargo aquí me hallo, a las siete de la mañana, desvelado por el calor. He abierto la ventana para refrescar la habitación donde me dedico a estos menesteres mientras desayunaba, pero me he visto obligado a cerrarla de nuevo. El sonido de una amoladora se filtra por las jambas, enmudecido esta vez por los numerosos vehículos repletos de ocupantes zombis que no han tenido la suerte de poder apurar unas horas más de sueño. Muchos no se percatarán nunca de lo que existe más allá de la cúpula del ruido. A veces pienso que el problema de la herida que estamos infringiendo a nuestro planeta está en las grandes ciudades, o en sus habitantes más bien. He conocido a personas que el único verde que conocen es el del parque y el del pequeño jardín del aeropuerto. Sacian su necesidad de huir de la ciudad yendo a otra más grande. Curiosa paradoja, ¿verdad? Incluso he sido testigo de desvelos en mitad de la noche causados por el abrumador silencio reinante en un pueblo.
Pero lo respeto. Ya sea por suerte o por desgracia, por gusto o necesidades de la vida, a cada uno nos ha tocado vivir en diferentes lugares. Para bien o para mal es curioso, bajo mi punto de vista, como el lugar donde uno pace puede influenciar tanto en una persona. Quizás la información desbocada (como ya he hecho referencia en anteriores entradas), siga llegando a diferentes velocidades  a pueblos y grandes ciudades. Suena a tópico, lo sé, pero puede que toque hacer autocrítica y percatarnos de que las costumbres no han evolucionado tanto desde hace unas cuantas décadas. 

Un claro ejemplo está en los resultados de las últimas elecciones. Nuevamente las grandes ciudades aparecen abanderando un cambio que no se ha hecho sentir de igual manera en los núcleos de población más humildes. Lo que sí me llama la atención es que ya sea en ciudades o pueblos, los porcentajes de participación son similares.  Y lo que más me enerva es que a pesar de la situación social que estamos atravesando, ese porcentaje ha disminuido respecto a los anteriores comicios. Me pregunto los motivos a pesar de que cualquiera de ellos me parece injustificable, aunque admito, que a la hora de ejercer mi voto me he sentido como el que va a comprar un colutorio y no sabe si elegir entre mentolado o frescor glacial, antibacterias o anticaries, blanco polar, rojo o azul, verde o amarillo y finalmente terminas escogiendo aquel que menos te disgusta. Ojalá todo fuera tan fácil como calzarme mis zapatillas de running y perderme por los senderos de mi comarca a escuchar el ruido de mis pisadas…

martes, 14 de abril de 2015

La Deep Web

Investigando para mi próxima novela he dado con algo que me ha turbado a unos niveles que nunca había experimentado. Imaginad un iceberg. Todos sabemos que solo aflora por encima de la superficie una pequeña parte de su verdadero tamaño, aun así, es suficiente para sentirnos insignificantes ante la visión de uno.
Vivimos rodeados de información y muchas veces nos sentimos incapaces de abarcar el bombardeo al que somos sometidos día tras día. Gran parte de culpa, por no decir toda, la tiene internet. Esa maravilla que bien usada puede servir para enriquecernos como personas pero que como todo en esta vida tiene su parte oscura. Todos conocemos prácticas como el phishing y noticias de cómo es posible utilizarla para fines poco éticos, pero para el común de los mortales esa internet, con sus cosas buenas y malas, solamente es la punta del iceberg.
Quisiera aclarar que lo que voy a relatar ha sido a base de buscar información en la web, puesto que no recomiendan sumergirse en ella sin los conocimientos adecuados de informática. Estoy hablando de la internet profunda: la llamada Deep Web.
Como en el ejemplo que abría la entrada, la verdadera internet es la que está oculta a nuestros ojos y con una organización estratificada. En el primer nivel se pueden encontrar foros privados o intranets pertenecientes a empresas. A medida que te vas sumergiendo, necesitarás mayores conocimientos informáticos para eludir a diferentes organismos públicos como la Europol o el FBI. Solo el hecho de nombrar estas agencias te hace comprender por dónde van los tiros. De ahí que no me haya atrevido a entrar. Aunque solo sea por curiosidad, si das con la página inadecuada puede que te encuentres con una visita inesperada en casa…
Obviamente, no tienes que ser un entendido en informática para entrar en la Deep Web, pero es necesario para no dejar rastro. ¿Y por qué alguien estaría interesado en no dejar rastro? Pues porque las actividades que se desarrollan en la internet profunda son en su mayor parte ilícitas. Cualquier cosa que se le pueda ocurrir a tu “depravada” mente, lo encontrará aquí. Desde compra de armas, drogas, sexo, pedofilia, a cosas tan retorcidas como supuestas snuff movies de violaciones, asesinatos o cualquier cosa imaginable.
Todo esto abre un gran debate moral. Por un lado tenemos una internet en la que nuestros pasos están medidos.  Por poner un ejemplo, Google ya utiliza desde hace años la información que recaba de miles de millones de búsquedas para cosas tan banales como recomendarte un restaurante conforme a tus gustos, a otras más importantes y sorprendentes como anticipar una epidemia de gripe.
Pero por otro lado tenemos una internet libre a la que accedes de forma anónima y sin dejar ningún tipo de rastro, que podría ser el sueño de librepensadores y antisistema, pero  que irremediablemente parece haber adquirido un cariz oscuro y en algunos casos tétrico.  De ahí la cuestión moral que hunde sus raíces en los albores de la humanidad. ¿Son necesarias las normas, usos y costumbres para una buena convivencia en la sociedad? ¿Un escenario de libre albedrío daría lugar a una distopía? ¿O simplemente vivimos presa de unos valores comúnmente aceptados, en lucha con una parte oscura de la naturaleza humana que realmente es inherente al hombre, y que la mayor parte de la sociedad trata de reprimir?
En mi caso el solo el hecho de narrar en Amanece sobre Londres una violación me ocasionó malestar y una clara repulsión. Pero a fin de cuentas estamos hablando de una ficción narrativa que me permite mirar hacia otro lado. Una costumbre también muy arraigada en la sociedad occidental. Sin ir más lejos, ahí está la repercusión del atentado contra el Charlie Hebdo con manifestaciones  de rechazo a lo largo de toda Europa y cómo se palpaba la empatía en todos  los medios de comunicación.  Sin dejar de condenarlo pero a la vez sin dejar de ser crítico, es destacable que a pesar de haber ocurrido hace tan solo unos días la matanza de la Universidad de Garissa parece haber sido borrada del subconsciente colectivo. Al igual que las doscientas niñas que llevan ya un año secuestradas en Nigeria.

Parece que además de una Deep Web, también disponemos de una Deep Memory que nos permite poner tierra de por medio con aquello que choca frontalmente con nuestros valores, en lugar de afrontar los problemas de este mundo e intentar mejorarlo.  Somos como el sapo de la fábula, nos cocemos a fuego lento y no nos enteramos.

lunes, 23 de febrero de 2015

La ley de Moore del conocimiento

Nudo de Salomón en la Iglesia de Santiago de Peñalba
Todos tenemos en nuestras familias o allegados a un niñ@ de corta edad. Es increíble ver cómo son capaces de desenvolverse con las nuevas tecnologías y hacer varias cosas a la vez. Por decirlo de algún modo son “multitarea”.  Realmente es un reto para los padres de hoy en día mantenerse “actualizados” para intentar educar lo mejor posible a sus hijos, el salto generacional cada vez es más grande.
Todos conocemos o hemos oído hablar en alguna ocasión la Ley de Moore. Gordon Moore predijo ya en los años setenta, que el número de transistores de un circuito integrado se duplicaría cada dos años, vaticinando la bajada de precios de los ordenadores a la vez que aumentaban sus prestaciones. Su ley ha ido más o menos cumpliéndose en estas últimas décadas, pero el motivo de esta entrada no es hablar de informática, sino de establecer una analogía entre la ley de Moore y el conocimiento.
En Amanece sobre Londres, algunos de sus protagonistas tienen que lidiar con un vasto conocimiento (no voy a entrar en detalles para no lanzar ningún spoiler), lo cual me llevó a una serie de reflexiones y preguntas sin respuesta acerca del futuro que nos espera a la humanidad.
Fue el matemático polaco Alfred Korzybski quien reparó en la velocidad a la que se duplicaba el conocimiento. Según sus estudios y tomando como referencia el nacimiento de Jesucristo, tuvieron que transcurrir unos mil quinientos años para que con la llegada del Renacimiento, el conocimiento existente se duplicara. Sólo tuvieron que pasar dos siglos y medio para que volviera a tener lugar este hecho. Nuevamente se duplicó en el siglo XIX, hasta llegar a nuestra época en la que ya se habla que esto ocurre cada seis meses. Para el final de la década calculan que se duplicará cada mes. Llegados a este punto te aconsejo que tomes aire y releas con calma este párrafo, porque sinceramente me está dando vértigo el mero hecho de escribirlo. Tómate unos segundos para reflexionar, quizás llegues a hacerte la misma pregunta que yo me hice en su momento. ¿Qué ocurrirá cuando este conocimiento se duplique en horas, minutos o incluso varias veces cada segundo?
El filósofo científico Thomas Kuhn denominaba paradigma al conocimiento científico en vigor durante un determinado espacio de tiempo, por explicarlo de una forma simple. A medida que avanza el conocimiento se van produciendo diversos cambios de paradigma a todos los niveles, no solo el científico. Por poner un ejemplo, la llegada de internet a nuestros hogares supuso un cambio de paradigma social, económico, moral, tecnológico, etc., dejando las inmediatamente anteriores tecnologías analógicas obsoletas. Raymond Kurzweil en su Ley de los rendimientos acelerados aborda precisamente este tema, al igual que en la Ley de Moore, habla de un crecimiento exponencial tecnológico. De acuerdo con esta teoría, los cambios de paradigma cada vez suceden más rápido y llegaremos a un escenario que desembocará en lo que él llama una singularidad tecnológica. Un punto en el que los cambios sucederán casi instantáneamente y afectarán tanto a la humanidad que sacudirán los cimientos de nuestra especie. Lo más inquietante es que no estamos hablando a mil o dos mil años vista, sino que ocurrirá en dos o tres décadas. La mayoría de los que estáis leyendo este artículo viviréis ese momento en la historia y nadie puede predecir lo que ocurrirá.
Afortunadamente, el propio Señor Kurzweil aporta una solución. Su propia ley indica que cuando el progreso se encuentra con una barrera tecnológica, la propia tecnología inventará una forma de cruzarla. Cuando lleguemos a la singularidad, no solo no podremos asimilar un conocimiento que se duplica instantáneamente, sino que el cambio de paradigma continuo ocasionaría que perdiera validez aquello que era vigente hacía tan solo unos segundos. Su respuesta está en el transhumanismo. Los avances en nanotecnología, biología, IA… nos permitirán vivir más, revertir incluso el envejecimiento y potenciar nuestros cerebros.

Aquí es donde se abre el debate. Supuestamente estos avances nos igualarían a todos pero, si echamos la vista atrás, en los últimos años el sistema imperante es el capitalismo económico. Si esta tecnología tuviera un coste, ¿qué ocurrirá con aquellas personas que no puedan acceder a ella? Y contemplando un escenario utópico en el que esta nueva tecnología fuera accesible a todo el mundo, ¿qué ocurriría con aquellas personas que quisieran mantenerse humanas al cien por cien? Si observamos con atención la historia, aquellas civilizaciones que disponían de mayor conocimiento y tecnología, han sometido a aquellas que consideraban inferiores. No me atrevo a aventurar lo que ocurrirá cuando llegue la singularidad, pero espero que en los próximos años comiencen a anteponerse los valores a los designios políticos y económicos. Como decía en una entrada anterior, deberíamos dejar de concentrarnos en problemas pasados y trabajar en el presente para posicionarnos en una situación ventajosa en ese futuro incierto. Porque todos los problemas actuales, habrán quedado obsoletos cuando llegue la singularidad tecnológica.

sábado, 10 de enero de 2015

Je suis Charlie Hebdo


“Por supuesto nunca había dudado de que no fuera plana; de lo contrario,
¿por qué su padre nunca había sabido darle explicación a qué la
sostenía, o de dónde colgaba el cielo?”

“…el ser humano es un ente espiritual. En los albores de la
humanidad el hombre prestaba más atención a cultivar el espíritu,
no prestaba atención a las cosas materiales más que a las necesarias
para subsistir y procurarse cobijo. Evidentemente era una
espiritualidad básica, adoraba al sol, a las estrellas y realizaba ritos
que le preservaran de las tormentas o de las avalanchas de nieve.”

Estos son dos fragmentos de la novela, dispares entre sí, pero relacionados. Tenía en mente esta entrada desde hace tiempo, pero no acababa de animarme a publicarla por lo peliagudo del tema. Los hechos ocurridos en París esta semana me han animado a ello, no sin antes mostrar mi más profundo pésame por las víctimas y condenar sin ningún tipo de ambages tales actos de terrorismo sea cual sea su motivación.
Creo firmemente que la religión es una prisión que limita nuestro conocimiento pero también considero que calma nuestro espíritu. Hoy en día se habla del instinto espiritual del ser humano como rasgo diferenciador de los instintos comunes a otras especies, el de supervivencia y reproducción. Esta necesidad de apaciguar el espíritu es lo que llevó al nacimiento de las religiones, surgidas para dar explicación a lo inexplicable. Como relata Tomás (uno de los protagonistas) en el segundo párrafo del inicio, en un principio se adoraba a aquello que daba la vida o la quitaba, y poco a poco fue evolucionando hasta llegar a la variedad de religiones que existen en esta época.
Envidio a las personas creyentes. Por lo general suelen tener una vida más colmada en el orden espiritual y más tranquila. Cuando surge una reflexión como la de Gala (otra de las protagonistas) en el párrafo que abre este artículo, la respuesta es fácil: existe una divinidad suprema que todo lo crea y ordena. La verdad que es una forma de ahorrarse muchos dolores de cabeza. Una serie de preguntas me persiguen desde que era pequeño (cuando leía aquellos artículos de la revista Muy Interesante sobre el cosmos, los libros de Sagan, Hawking o Clarke entre otros, o cuando mi profesor de ciencias Bernardo nos explicaba el Big Bang) y son entre otras: ¿Qué había antes? ¿Qué es lo que contiene el universo? ¿Dónde está? Desafortunadamente no poseo las respuestas, y como tengo mis dudas acerca de la existencia de una divinidad, sigo sin ellas. Por ese motivo creo que las religiones nunca desaparecerán, sino que se revitalizarán.
Se tiende a creer que a medida que se suceden los avances científicos, se va acorralando un poco más a la religión, puesto que dan respuesta a algo anteriormente atribuido a una inteligencia superior. Pero la realidad es que con cada nuevo descubrimiento se abren nuevos interrogantes cada vez más difíciles de responder, o que no encajan con las leyes y normas científicas conocidas. Es lo que los físicos llaman singularidad.  Mientras exista algo a lo que no podamos dar una explicación o que resulte intangible para nuestro conocimiento existirá la religión. Y cuanto mayor sea el dilema, mayor justificación y devoción encontrarán para fortalecerla.
Se podría llegar a pensar que dentro de unos siglos o milenios el hombre alcanzará un conocimiento pleno que dará respuesta a todos los enigmas del universo. Personalmente dudo que eso ocurra algún día. La justificación la podríamos encontrar dos mil quinientos años atrás en el mito de la caverna. Salvando las distancias os pondré un ejemplo moderno:
Imagina que naces en el interior de un vehículo del que nunca pudieras salir y en un mundo tan vasto que las posibilidades de encontrarte con otro fueran residuales. Dando por hecho que tuvieras el conocimiento que poseemos actualmente sobre el universo, habría una pregunta que serías incapaz de responder. ¿Cuál es el aspecto de tu vehículo? Podrías divagar sobre ello, eso si algún día llegas a planteártelo. Podrías hacerte una idea si en alguna ocasión, por ejemplo, observas su reflejo.  Pero eso no haría más que ocasionar otras preguntas. ¿Cómo se mueve? ¿Por qué es azul? ¿Qué ocasiona el ruido? La única manera de darles respuesta es intentar salir del vehículo, de la caverna, del universo. Tomar la pastilla roja. Entonces hallarás muchas respuestas, pero se abrirán otras preguntas. ¿Quién lo hizo?
La ciencia, y por derivación el hombre, encuentra respuestas mediante la observación externa. Lo que nos llevaría a deducir que para alcanzar a comprender las leyes que rigen el universo deberíamos salir de él. Pero una vez fuera, ¿dónde estarías? Una escalera de Penrose de preguntas y respuestas…
Como decía no creo que alguna vez alcancemos un conocimiento universal que erradique la religión por la simple razón de que formamos parte del mismo. Quizás por ese motivo deberíamos comenzar a dejar de preocuparnos por una divinidad superior (y en su nombre, sea cual sea, cometer las más tremendas barbaries) y empezar a saciar nuestro espíritu adorando a aquello realmente divino en el universo: nosotros mismos.