Un blog para presentaros mi primera novela y compartir mis opiniones, experiencias e inquietudes con vosotros. Amanece sobre Londres relata dos historias paralelas en el tiempo, una en el siglo IV y otra en la actualidad contra un mismo enemigo: Luzbel. El destino de sus personajes se decidirá antes de la salida del sol, tras una frenética carrera a través de las calles de la capital británica.

 

viernes, 27 de noviembre de 2015

El más allá


La pasada noche de los difuntos se me planteó una situación un tanto singular. Cómo no, el tema estrella de esa noche fue el más allá. Particularmente, no me gusta hablar de ello, lo cual resulta cuanto menos curioso cuando has escrito una novela en la que uno de sus personajes es el mismísimo demonio.
A pesar de aceptar que soy un poco sadomasoquista, he de admitir que se trata un miedo irracional, visceral y llega hasta tal punto que tengo un pacto tácito con todo ser que pueda habitar al otro lado: yo os respeto y vosotros me respetáis a mí. Ante tal afirmación no tardó en aparecer la figura del escéptico (dícese de aquel que no cree absolutamente en nada salvo que lo vea, sin darse en cuenta que dicho pensamiento ya es una creencia en si misma), intentando echar por tierra tal afirmación. ¿Recordáis la paradoja del gato del Schrödinger? Pues bajo mi punto de vista es el teorema básico de cualquier disciplina científica y de la vida. No podemos negar de forma categórica la existencia de cualquier ente (volviendo al tema) por el simple hecho de no haber visto uno nunca, al igual que yo no puedo afirmarlo.  Ningún científico puede atestiguar qué había antes del Big Bang, es lo que se denomina singularidad, o dónde se encuentra el universo, pero no por ello podemos negar nuestra existencia. Esa curiosidad inherente a todo ser humano es la culpable de nuestra evolución y de nuestro avance tecnológico. El mismo Carl Sagan en uno de sus libros daba una explicación al fenómeno de las abducciones, pero no por ello negaba la existencia de vida extraterrestre. 
Cuando me encuentro con una persona incrédula y dogmática reconozco que me hierve la sangre. En cualquier aspecto de la vida es necesaria una mente abierta. Me reconozco fan de programas como Cuarto Milenio, Espacio en Blanco, La Escóbula de la Brújula o publicaciones como Año cero, en muchas ocasiones dianas de burlas y críticas, e independientemente de la veracidad de los temas que tratan, he llegado a la conclusión de que en muchas ocasiones tratan sus temas con mayor rigor científico e histórico que otras publicaciones de renombre. Huyen de credos y estigmas sociales, de algún modo son el faro que ilumina nuestro futuro avanzando tecnologías que hoy en día consideramos imposibles. 
Todavía recuerdo la primera vez que me abrieron los ojos y me hicieron pensar. Fue mi profesor de ciencias en un instituto religioso (primera prueba de que debemos olvidarnos de los prejuicios) cuando respondió a nuestra pregunta acerca de la existencia de fantasmas. Nos puso el ejemplo del hormiguero. En una colonia de estos diminutos insectos pueden habitar miles o incluso millones de ellas. ¿Cuáles son las probabilidades de que una hormiga se encuentre en medio del campo con un ser humano? ¿Qué pensarían el resto de su encuentro con un ser de proporciones gigantescas? ¿Y si fuéramos nosotros las hormigas?
Sé que nuestro cerebro encorsetado nos pone barreras, siendo su primer recurso la negación de aquello que no comprendemos. Aun así, me resulta placentero entregarme a lo que algunos llaman meditación trascendental, intentar buscar una forma de comprender el multiverso, las singularidades como la anteriormente descrita o cómo explicar esos fenómenos extraños. Eso sí, tiene efectos secundarios. Te obliga a ser más curioso y más abierto a cualquier tipo de tema, ideología o persona.


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