“Por supuesto nunca había dudado de que no fuera plana; de
lo contrario,
¿por qué su padre nunca había sabido darle explicación a qué
la
sostenía, o de dónde colgaba el cielo?”
“…el ser humano es un ente espiritual. En los albores de la
humanidad el hombre prestaba más atención a cultivar el
espíritu,
no prestaba atención a las cosas materiales más que a las
necesarias
para subsistir y procurarse cobijo. Evidentemente era una
espiritualidad básica, adoraba al sol, a las estrellas y
realizaba ritos
que le preservaran de las tormentas o de las avalanchas de
nieve.”
Estos son dos fragmentos de la novela, dispares entre sí,
pero relacionados. Tenía en mente esta entrada desde hace tiempo, pero no
acababa de animarme a publicarla por lo peliagudo del tema. Los hechos
ocurridos en París esta semana me han animado a ello, no sin antes mostrar mi
más profundo pésame por las víctimas y condenar sin ningún tipo de ambages tales
actos de terrorismo sea cual sea su motivación.
Creo firmemente que la religión es una prisión que limita
nuestro conocimiento pero también considero que calma nuestro espíritu. Hoy en
día se habla del instinto espiritual del ser humano como rasgo diferenciador de
los instintos comunes a otras especies, el de supervivencia y reproducción.
Esta necesidad de apaciguar el espíritu es lo que llevó al nacimiento de las religiones,
surgidas para dar explicación a lo inexplicable. Como relata Tomás (uno de los
protagonistas) en el segundo párrafo del inicio, en un principio se adoraba a
aquello que daba la vida o la quitaba, y poco a poco fue evolucionando hasta
llegar a la variedad de religiones que existen en esta época.
Envidio a las personas creyentes. Por lo general suelen
tener una vida más colmada en el orden espiritual y más tranquila. Cuando surge
una reflexión como la de Gala (otra de las protagonistas) en el párrafo que
abre este artículo, la respuesta es fácil: existe una divinidad suprema que todo
lo crea y ordena. La verdad que es una forma de ahorrarse muchos dolores de
cabeza. Una serie de preguntas me persiguen desde que era pequeño (cuando leía
aquellos artículos de la revista Muy Interesante
sobre el cosmos, los libros de Sagan, Hawking o Clarke entre otros, o cuando mi
profesor de ciencias Bernardo nos explicaba el Big Bang) y son entre otras: ¿Qué había antes? ¿Qué
es lo que contiene el universo? ¿Dónde está? Desafortunadamente no poseo las respuestas, y como tengo mis dudas acerca de la existencia de una divinidad, sigo sin ellas. Por ese motivo creo que las
religiones nunca desaparecerán, sino que se revitalizarán.
Se tiende a creer que a medida que se suceden los avances científicos,
se va acorralando un poco más a la religión, puesto que dan respuesta a algo
anteriormente atribuido a una inteligencia superior. Pero la realidad es que
con cada nuevo descubrimiento se abren nuevos interrogantes cada vez más difíciles
de responder, o que no encajan con las leyes y normas científicas conocidas. Es
lo que los físicos llaman singularidad. Mientras exista algo a lo que no podamos dar
una explicación o que resulte intangible para nuestro conocimiento existirá la
religión. Y cuanto mayor sea el dilema, mayor justificación y devoción
encontrarán para fortalecerla.
Se podría llegar a pensar que dentro de unos siglos o
milenios el hombre alcanzará un conocimiento pleno que dará respuesta a todos
los enigmas del universo. Personalmente dudo que eso ocurra algún día. La
justificación la podríamos encontrar dos mil quinientos años atrás en el mito de la caverna. Salvando las distancias os pondré un ejemplo moderno:
Imagina que naces en el interior de un vehículo del que
nunca pudieras salir y en un mundo tan vasto que las posibilidades de
encontrarte con otro fueran residuales. Dando por hecho que tuvieras el
conocimiento que poseemos actualmente sobre el universo, habría una pregunta
que serías incapaz de responder. ¿Cuál es el aspecto de tu vehículo? Podrías divagar
sobre ello, eso si algún día llegas a planteártelo. Podrías hacerte una idea si
en alguna ocasión, por ejemplo, observas su reflejo. Pero eso no haría más que ocasionar otras
preguntas. ¿Cómo se mueve? ¿Por qué es azul? ¿Qué ocasiona el ruido? La única
manera de darles respuesta es intentar salir del vehículo, de la caverna, del
universo. Tomar la pastilla roja. Entonces hallarás muchas respuestas, pero se abrirán
otras preguntas. ¿Quién lo hizo?
La ciencia, y por derivación el hombre, encuentra respuestas
mediante la observación externa. Lo que nos llevaría a deducir que para
alcanzar a comprender las leyes que rigen el universo deberíamos salir de él. Pero
una vez fuera, ¿dónde estarías? Una escalera de Penrose de preguntas y
respuestas…
Como decía no creo que alguna vez alcancemos un conocimiento
universal que erradique la religión por la simple razón de que formamos parte del
mismo. Quizás por ese motivo deberíamos comenzar a dejar de preocuparnos por
una divinidad superior (y en su nombre, sea cual sea, cometer las más tremendas
barbaries) y empezar a saciar nuestro espíritu adorando a aquello realmente
divino en el universo: nosotros mismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario