Un blog para presentaros mi primera novela y compartir mis opiniones, experiencias e inquietudes con vosotros. Amanece sobre Londres relata dos historias paralelas en el tiempo, una en el siglo IV y otra en la actualidad contra un mismo enemigo: Luzbel. El destino de sus personajes se decidirá antes de la salida del sol, tras una frenética carrera a través de las calles de la capital británica.

 

viernes, 15 de agosto de 2014

Avance del primer capítulo (part.4)

—Una lástima —pensó en voz alta.
Pol dio un respingo al cerrarse la puerta, absorto en la redacción de uno de los expedientes del día anterior. Un chiquillo víctima de una conductora ebria.
—Lo que es una lástima es que todavía no esté en dirección a la costa para coger mañana el ferry. —A diferencia de Pol, había aprendido a realizar su trabajo sin dejarse llevar por las circunstancias que envolvían la autopsia.
—Nadie te impide partir en cuanto veas el cuerpo, pequeña.
—Eso haré —respondió dirigiéndose a las taquillas, donde se puso rápidamente una bata—. ¿Piensas enseñármelo ya o debo esperar a que termines el informe?
—Está en la 304.
Tenían numeradas las cámaras frigoríficas como si de un hotel se tratara: el primer dígito era el nivel, en este caso el superior, y los dos siguientes el orden de izquierda a derecha.
Entró en la sala de autopsias. Era una habitación de unos ochenta metros cuadrados, escrupulosamente limpia, de paredes blancas y con seis mesas de frío acero en el centro de la estancia. La iluminación no ayudaba a mejorar la calidez del lugar, si es que esto era posible. Se limitaba a unos fluorescentes y unas lámparas de pie al lado de cada mesa. Dos estaban ocupadas, reposaban dos cuerpos inertes dentro de sendas bolsas negras que esperaban pacientemente su turno. Se dirigió hacia ellos y ojeó las etiquetas que colgaban de la cremallera. Una mujer asesinada y un anciano que debía de llevar muerto un par de días en su casa. Se dio media vuelta y se dirigió al panal que formaban las cámaras una a continuación de la otra. Abrió la puerta con un sonido sordo y deslizó la camilla hacia fuera. Pudo contemplar el cuerpo de un hombre caucásico, fornido y con unos rasgos que le resultaban vagamente familiares. Observó más detenidamente el cadáver y se fijó en las descuidadas puntadas de su enorme cicatriz en forma de doble «Y». Pol era un gran forense, pero una vez realizado el examen se apresuraba a cerrar el cuerpo sin poner mucho empeño en ello. Como solía decir: en unos meses ni se le notará. Típico humor británico. En ese momento se abrieron las puertas automáticas y entró en la sala con el expediente del desconocido bajo el brazo y una tarjeta en la mano.
—Ábrele los ojos: comprenderás por qué te he hecho venir.
Se colocó un guante de látex en la mano. No tenía ningún reparo en hacerlo sin ellos, pero el cuerpo era parte de una investigación abierta y no podía arriesgarse a contaminarlo. Era habitual que se procediera a un segundo examen durante el transcurso de las pesquisas policiales. Colocó sus dedos pulgar e índice sobre cada uno de los párpados y se dispuso a descubrir sus ojos.
Notó como se le erizaba el vello de los brazos, y un escalofrío la recorrió de un extremo a otro. Por primera vez desde aquella primera clase de anatomía, se quedó paralizada. Un vago recuerdo se apoderó de su cabeza al ver sus mismos ojos en otra persona totalmente desconocida para ella. Se dio cuenta de que aquellos ojos inertes los tenía grabados a fuego en lo más profundo de su conciencia, en un lugar cercano al olvido, donde los había desterrado muchos años atrás.
—Me gustaría saber cuántas probabilidades hay de ver dos personas con idéntico color de ojos en el mismo día —dijo Pol.
—Dices que llevaba mi nombre en uno de sus bolsillos, ¿no?
—Así es; de hecho la sargento que lleva el caso me ha dado esta tarjeta. Quiere que te pongas en contacto con ella para hacerte unas preguntas.
—¿Sobre qué? Es la primera vez que veo a este tipo.
—Bueno, podría llegar a pensar que el hecho de que tenga tus mismos ojos fuera una caprichosa casualidad.
—¿Pero?
—Pero lo de la página en el bolsillo solo tiene una explicación. Evidentemente este hombre quería contactar contigo, pequeña.
—¿Qué querría de mí un completo desconocido?
—Habla con la sargento. ¿Cómo dijo que se llamaba? ¿Jennifer? Déjame la tarjeta: eso es, Jennifer. Habla con la inspectora Jennifer —corrigió Pol—: seguro que en los próximos días comenzarás a tener respuestas.
No podía apartar los ojos del cadáver. Se preguntaba quién sería ese tipo y qué hacía ahí tumbado, lo que hizo que se diera cuenta de que no le había preguntado a Pol la causa de la muerte. Levantó la vista y, como tantas veces solía hacer Pol, este se adelantó a lo que estaba pensando. Era una cosa que la irritaba, ya que odiaba que la conociera tan bien.
—Suicidio. Dale la vuelta a los brazos y verás los cortes de las muñecas.
—Los hombres suelen utilizar armas de fuego —dijo ella mientras examinaba el reverso de uno de los brazos—. No son unos cortes muy limpios que se diga.
—Así es. Por lo que me ha dicho la inspectora, se los hizo con un simple cuchillo de plástico en el baño de la habitación de su hotel. Es como si hubiera utilizado lo primero que encontró para hacerlo.
—Normalmente la gente planifica bien su suicidio de forma que parezca lo más trágico posible, con notas de despedida y todo eso.
—Estoy de acuerdo. De no ser por la dirección y profundidad de los cortes, descartaría el suicidio.
—¿Lo has reflejado en el informe para la policía?
—No. Yo simplemente examino el cadáver, pequeña: las conjeturas se las dejo a ellos.

Cerró la bolsa, no sin antes echar un último vistazo a los ojos, e introdujo el cadáver de nuevo en la cámara de refrigeración.

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