Un blog para presentaros mi primera novela y compartir mis opiniones, experiencias e inquietudes con vosotros. Amanece sobre Londres relata dos historias paralelas en el tiempo, una en el siglo IV y otra en la actualidad contra un mismo enemigo: Luzbel. El destino de sus personajes se decidirá antes de la salida del sol, tras una frenética carrera a través de las calles de la capital británica.

 

miércoles, 27 de agosto de 2014

Avance del primer capítulo (part.6)

Jennifer se encontraba en su despacho discutiendo con su compañero sobre uno de los casos que traía de cabeza a la sección de homicidios. En ese momento un oficial llamó a la puerta y asomó la cabeza por ella.
—Disculpen por la interrupción, pero la señorita relacionada con el caso de suicidio de esta noche está aquí.
—¡Qué hace que no está ya delante de mí! —gritó. La cara que puso el oficial hizo que se percatara de que había sido un tanto descortés y se disculpó—: Lo siento, Ken, nos ha pillado en un mal momento.
—No se preocupe —dijo con una sonrisa nerviosa el oficial—. Ahora la hago pasar.
Lejos de sorprenderse por la fría contestación inicial de la inspectora, el oficial se sentía más bien turbado. Cerró la puerta y se fue encantado de que la guapa inspectora hubiera tenido el detalle de disculparse con él. Jennifer, a pesar de haber superado la barrera de los cuarenta años, era una mujer soltera muy atractiva, unas veces morena, otras castaña, que no hacía nada por ocultar su feminidad en un mundo de hombres. Solía contestar utilizando la ironía, como si de un universitario siempre pensando en sexo se tratara. Además, su forma de vestir con falda y tacón alto unido a su fuerte carácter hizo que se granjeara fama de femme fatale en la comisaría.
—¿Inspectora Jennifer? —preguntó con un tono neutro al entrar en la oficina.
—Buenos días. Es usted la ayudante del forense, ¿verdad?
—Sí —quería ser cauta y no hablar más de la cuenta.
—Este es el subinspector Anthony. Siéntese por favor —le pidió la inspectora educadamente.
—¿Y bien? —preguntó nerviosa, pues no podía evitar sentir cómo la mirada de Jennifer se clavaba en sus ojos. No terminaba de acostumbrarse a esa extraña sensación cada vez que una persona los veía por primera vez. Era como si se tomaran la libertad de descorrer una cortina y echar una ojeada en lo más profundo de su ser.
—Supongo que Pol ya le habrá enseñado el cadáver —le dijo Jennifer contrariada.
—Vengo de allí; pero verá, Jennifer —remarcó el nombre—, no sé en qué puedo ayudarla. Es la primera vez que veo a ese tipo.
—No se anda con rodeos —dijo Anthony dirigiéndole una mirada inquisitiva—. Verá, señorita, tenemos un caso aparentemente fácil entre manos. Su padre nos ha dicho que es un caso de suicidio.
—Estoy de acuerdo —afirmó la forense fríamente respaldando las conclusiones de Pol.
—Pero la escena del crimen dice lo contrario.
El hombre optó por un tono un tanto teatral.
—¿Crimen? —preguntó con fingida sorpresa mientras volvía la vista hacia la inspectora. Tal y como le había comentado a Pol tras ver el cuerpo, algo le decía que no se trataba del típico suicidio.
—Eso indican las pruebas —afirmó Jennifer—. Hemos interrogado al recepcionista de la pensión. El fallecido entró corriendo, pidió apresuradamente las llaves de la habitación y no esperó ni por el ascensor. A menos que tuviera prisa por terminar con su vida, no me parece la típica conducta de un suicida. Esto despertó las sospechas del recepcionista, que después de llamarle por teléfono y tras conseguir entrar en la habitación nos avisó.
—No sé por qué me están contando todo esto. Como les he dicho antes, no conocía a ese tipo —entendía adónde querían llegar los policías y se desvinculó inmediatamente de la víctima.
—¿Le dice algo el nombre de Jacobo Vidal, de nacionalidad española? —preguntó Anthony.
Notó desde el inicio de la conversación que los policías se turnaban para hablar y así tratar de desorientarla. Ella negó con la cabeza. Empezaba a sentirse incómoda. Era lo más parecido a un interrogatorio que había vivido nunca. Sentía algo en Jennifer que le daba confianza: de hecho ya había oído hablar bastante bien de ella en el juzgado. Pero ese tal Anthony tenía un rostro imperturbable, siempre con la misma expresión, lo cual la ponía nerviosa. Sin duda parecía ocultar algo y eso no le gustaba. Entonces decidió tomar la iniciativa ante el silencio que se produjo en el despacho, solo roto por el bullicio del resto de la comisaría.
—¿Podrían decirme por qué ese tipo llevaba una hoja del listín telefónico con mi nombre marcado? Si lo conociera, yo misma le habría dado mi teléfono.
—Esa es una de las razones por las que no hemos descartado el asesinato —dijo Jennifer ocultando su sorpresa. Supuso que se lo habría dicho su padre—. Ese hombre se traía algo entre manos, no creo que decidiera suicidarse de un día para otro. También me gustaría saber qué tiene que ver una forense en todo esto.
—Le ruego que si tiene algo que decirme me lo diga ya —le recriminó.
—Está bien, márchese. Le aconsejo que en los próximos días no salga de la ciudad. Volveremos a llamarla en cuanto avance la investigación —Jennifer parecía contrariada por la actitud de la forense.
—Genial —murmuró.
—¿Decía algo, señorita? —preguntó Anthony.

Me acaban de joder las vacaciones —recogió el casco y se fue.

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