Un blog para presentaros mi primera novela y compartir mis opiniones, experiencias e inquietudes con vosotros. Amanece sobre Londres relata dos historias paralelas en el tiempo, una en el siglo IV y otra en la actualidad contra un mismo enemigo: Luzbel. El destino de sus personajes se decidirá antes de la salida del sol, tras una frenética carrera a través de las calles de la capital británica.

 

lunes, 8 de septiembre de 2014

Chartres (1ª parte)


Si existe una catedral que me ha sobrecogido en uno de mis viajes, esa es sin duda la de Chartres. Cada catedral es diferente y cada una tiene algún rasgo especial que la hace destacar sobre las demás. Da igual su fama o su tamaño. Sin ir más lejos, cerca de Ponferrada, las vidrieras de la Catedral de León enamoran a aquellos prestos a dedicarle unos minutos.
Pero bajo mi humilde punto de vista, es la de Chartres la que encierra una historia y misticismo especial.  De ahí que decidiera incluirla en mi relato Amanece sobre Londres.  A pesar de que en un principio me pareciera un tanto forzado hablar de ella en la novela, con el tiempo más convencido estoy de que era necesario.
No voy a hablar de sus vidrieras con su maravilloso color azul Chartres (a pesar de tener ahora mismo sobre la mesa un gráfico sobre ellas), ni voy a realizar una descripción arquitectónica o artística, que para eso ya existe extensa información. Voy a hablar de lo que me atrajo a este lugar y por qué razón no quedé tranquilo hasta visitarlo.
A pesar de haber cruzado el ecuador del mes de julio, era un día completamente otoñal. En el libro de ruta estaba planificado visitar esa mañana el Palacio de Versalles, pero yo tenía un plan oculto a los ojos de mi mujer para la tarde. Tras una larga espera a la intemperie, nos sumergimos en la marea de gente del interior del palacio para enfrentarnos con las hordas de turistas japoneses, los cuales se afanaban en conseguir una instantánea de todo aquello que fuera fotografiable.
Aun así conseguimos salir airosos y coger el tren en dirección a Le Mans, para apearnos en la localidad de Chartres. A paso acelerado y ante las súplicas de mi esposa por bajar el ritmo, me planté ante la catedral ansioso por entrar y llevarme un gran chasco. Estaba en obras y unos altos andamios cubrían parte del coro. A pesar de todo esta contingencia no fue capaz de minar mi moral, y rápidamente mis pupilas se dilataron para observar en todo su esplendor, lo que una gran cantidad de sillas intentaban hacer pasar desapercibido al turista despistado.
La Catedral de Chartres hunde sus raíces en leyendas celtas, griegas y merovingias, fuegos que redujeron a cenizas los templos anteriores y vidrieras que cuentan historias difíciles de digerir para una parte del catolicismo, pero visibles a fin de cuentas para aquél que tenga ojos para ver.  Astronomía, tradición y paganismo se aunaron en su construcción, dando como resultado un lugar mágico que te sobrecoge una vez en su interior.

Recuerdo que cuando era pequeño, remodelaron el paseo anexo al río Sil en Ponferrada, comúnmente conocido como el polígono o las huertas. En uno de sus extremos construyeron un laberinto, que recorrí una y mil veces. Desde entonces, siempre me han atraído y llamado lo atención, descubriendo que los laberintos eran un recurso habitual en antiguas construcciones, como la Catedral de Chartres. Entendí que existían dos tipos de laberintos: los enfocados a un simple pasatiempo en el que encontrar la salida es la meta, y aquellos en los que solo existe un camino posible que te limitas a recorrer sin plantear ningún tipo de desafío mental. O quizás si…

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