Un blog para presentaros mi primera novela y compartir mis opiniones, experiencias e inquietudes con vosotros. Amanece sobre Londres relata dos historias paralelas en el tiempo, una en el siglo IV y otra en la actualidad contra un mismo enemigo: Luzbel. El destino de sus personajes se decidirá antes de la salida del sol, tras una frenética carrera a través de las calles de la capital británica.

 

lunes, 6 de octubre de 2014

Avance del primer capítulo (part.7)

—Toc —transcurrieron unos segundos—, toc.
—¡Casey! ¡No es el mejor momento para olvidarte las llaves! —gritó Claudia.
El ruido de los cristales al caer fue silenciado por un fuerte trueno, como si alguien lo hubiera provocado para tal fin. Por el hueco que quedó en la puerta se coló una blanquecina mano que descorrió el cerrojo. Unos lentos pasos ascendieron por la escalera.
—¡Casey! —gritó de nuevo.
De repente, y a pesar de la rapidez con que todo sucedería, era como si el tiempo se hubiera detenido. Dejó de oír los truenos e incluso su propia voz, cuando una oscura figura apareció en el umbral de la puerta.
La pequeña Blanca se despertó con tanto alboroto. Frotándose los ojos, apoyó sus pequeños pies en el suelo y se dirigió al dormitorio de sus padres entre los destellos de los relámpagos que se colaban por las ventanas.
—No lo conseguirás.
Fue lo único que acertó a oír la niña aparte de los gritos. Cuando se asomó a la habitación se quedó paralizada.
En ese momento su padre la apartó de un empujón acompañado por el médico, después de subir a toda velocidad por la escalera.
—¡Claudia! —gritaba Casey después de ver que la puerta de entrada a la habitación había desaparecido.
La escena era dantesca, irreal, sacada de la peor de las pesadillas. Entraron en el dormitorio y vieron cómo una sombra atravesaba rápidamente la habitación encaramándose a lo alto de la ventana, giró la cabeza y miró fijamente a Casey, el cual se quedó petrificado unos instantes. Intentó atraparlo, pero aquella cosa de ojos centelleantes se precipitó al vacío. Se asomó rápidamente observando incrédulo cómo, en un cielo iluminado por los relámpagos, una figura con forma humana suspendida en el aire caía sobre su rodilla izquierda a unos cincuenta metros de la casa. Ante su sorpresa, se irguió y se perdió corriendo a la velocidad de un rayo en la oscuridad. Esa criatura había acaparado toda su atención de una forma hipnótica. Al girarse se dio cuenta de la magnitud de la tragedia cuando observó al médico dándole la vuelta al cuerpo inanimado de Claudia. Tenía unas tijeras clavadas en el pecho.
—¡Reaccione, tiene que ayudarme! —gritó el médico a la vez que sacaba un escalpelo—. ¡El niño todavía está vivo!
Blanca se encontraba en el umbral de la puerta entre sollozos. Los brazos de la hija de Tomás, que ya se había quedado a cargo de la pequeña en otras ocasiones, la alzaron del suelo hundiendo su cabecita sobre su pecho. Se revolvió para ver a su madre una vez más cuando la cabeza inanimada de Claudia se giró con los movimientos del médico.

Los ahora inexpresivos ojos de su madre la miraban fijamente. 

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